sábado, 27 de febrero de 2010

Estamos bien

Estamos bien. Todos sanos y a salvo. Sin comunicaciones, pero la casa resistió. Sólo cosas rotas, como la seguridad, la tranquilidad. Pero otras reforzadas, como la familia, el amor y el "gracias a la vida" que entona el corazón.
Y gracias a todos los que me habéis escrito.
No sé cuándo podré volver a contactarme, pero estamos bien.
Fue un susto, enorme, y el dolor por los que no han tenido tanta suerte.
Y la esperanza de que la normalidad relativa vuelva cuanto antes.
Gracias.
Besos

jueves, 25 de febrero de 2010

Menguante


Fotografía: Rodney Smith


Llegó a ser muy alto. En su mejor momento, en la veintena, rondaba el metro noventa. Destacó como jugador de baloncesto en el mejor equipo de su ciudad y hubiera llegado lejos como deportista si no hubiera sido por aquella lesión. Tardó meses en recuperarse del problema físico, y algo más del disgusto de haber quedado fuera de la selección.

La primera sospecha sobre su problema llegó en el examen médico de rigor al reincorporarse al equipo. Estatura: 1,85. Visitas a médicos internistas, traumatólogos, endocrinólogos…, a clínicas especializadas en problemas de estatura de todo el mundo… pero nadie pudo darle una respuesta clara a qué le estaba sucediendo. No existía ningún caso similar documentado.

Su novia, una joven abnegada que lo apoyó en todo momento, fue la que le ayudó a salir del bache. Pero la vida habría de depararle más sorpresas. Empezaba a olvidarse de lo que le había ocurrido y a retomar la normalidad cuando su pareja lo abandonó. De nuevo se sumió en un mar de tristeza y pronto notó que sus pantalones le quedaban largos. Al medirse descubrió que había menguado otros cinco centímetros (1,80).

Otro período de pruebas médicas, exámenes psicológicos (como si un problema mental pudiera restarle masa a su cuerpo), ingresos en diferentes centros hospitalarios para ser sometido a nuevos exámenes… Nada, ninguna explicación.

No encontraba respuestas, sólo más y más preguntas, que lo convirtieron en un ser desdichado y malaventurado. Y la vida siguió castigándolo con desgracias y centímetros de menos: falleció su madre (1,75), sus pocos amigos lo abandonaron (1,70), perdió su trabajo (1,65), sufrió un accidente de tráfico (1,60)…

No sabe cómo aguantó hasta la actualidad, cómo no terminó con su vida cuando aún tenía el tamaño suficiente para sostener un arma… Sin embargo, ahora, con apenas veinte centímetros, agradece su entereza o su cobardía. La fortuna le sonríe y tiene una fe absoluta en que ésta será su estatura definitiva. Y sonríe cuando pasea al abrigo en el bolsillo de su nuevo amor. Y disfruta cuando recorre el cuerpo de esta mujer en una auténtica maratón del placer.

martes, 23 de febrero de 2010

Recuerdos


Fotografía: Willy Ronis


Hoy volvimos a juntarnos. Sólo faltaba Emmanuel. Faltó muy pronto. Aún éramos niños cuando aquellos soldados alemanes se lo llevaron, con una cincuentena de alumnos de su colegio. No lo supimos entonces, sino bastantes años más tarde, pero sobrevivió poco tiempo en el lugar al que los trasladaron. Sin embargo, siempre permaneció con nosotros.

Hoy volvimos a juntarnos y, aunque pasaron sesenta años desde la última vez y a pesar de la piel curtida y arrugada, de nuestro cabello blanco y la calva de Ferdinand, nos reconocimos al instante. Nuestros ojos cargados de ayer, y anegados de la emoción, recordaron al instante las carreras por nuestra calle, los secretos bajo la escalera, la curiosidad asomados a la claraboya de aquel taller de jóvenes costureras.

Cada uno llevamos un objeto de aquella época. Guillaume, la peonza que le había prestado Emmanuel y que nunca le devolvió; Ferdinand, el cuaderno en el que nos entreteníamos dibujando seres imaginarios que luego incluíamos en nuestras fantásticas aventuras; y yo, la foto que desde la ventana hizo un día mi padre. Recuerdo perfectamente que la hizo el último día que Emmanuel compartió juegos con nosotros. El último día que reímos.

lunes, 22 de febrero de 2010

Estaba equivocada




Creí en la excepción que confirmaría la regla. Pero estaba equivocada. Las reglas lo son porque no tienen excepción.

Creí que querer es poder. Pero estaba equivocada. El poder tiene relación con cualquier cosa menos con el querer.

Creí que la esencia es lo importante. Pero estaba equivocada. Los ojos no miran más allá de la apariencia que la cubre.

Creí en las almas gemelas. Pero estaba equivocada. No hay dos almas iguales. Tal vez ni parecidas.

Creí en las palabras. Pero estaba equivocada. Son manipuladas para ocultar verdades.

Creí en las buenas intenciones. Pero estaba equivocada. No hay buenas intenciones sin actos que las avalen.

Creí… Pero estaba equivocada.

Y sin embargo quiero seguir creyendo.

Continúo equivocada.

viernes, 19 de febrero de 2010

¡Silencio!




Hay silencios agradables. Silencios impuestos. Silencios para pensar. Silencios esperanzadores. Silencios insultantes. Silencios que hieren, que duelen. Silencios dulces. Silencios con llanto. Silencios que envuelven. Silencios que alejan. Silencios que acercan. Silencios que abrazan. Silencios que aman y silencios para amar. Silencios que cortan. Silencios nerviosos. Silencios torpes. Silencios expertos. Silencios pensados. Silencios elocuentes. Silencios locuaces. Silencios cargados de nostalgia. Silencios oscuros. Silencios de luz. Silencios musicales. Silencios a ciegas. Silencios que rozan. Silencios que agreden. Silencios tristes. Silencios alegres. Silencios húmedos. Silencios a secas. Silencios...

¡¡¡Silencio!!!

Y entre tantos silencios donde elegir, el horror del ruido se impone.

jueves, 18 de febrero de 2010

Espera desnuda


Fotografía: Willy Ronis

No puedo amarte si no desnudas tu alma… Fueron las últimas palabras que me dijiste antes de desaparecer detrás de esa puerta que se me antoja infranqueable.

Nunca antes te había visto llorar. Jamás imaginé que tu mirada segura podría teñirse de gris y vaciarse en lágrimas, jamás imaginé tu cuerpo grande y fuerte caído como una marioneta sin hilos, jamás tus manos recias implorando, suplicando mi fortaleza y mi protección.

Nadie me preparó para ver llorar a un hombre, sólo para apoyarme en su hombro cuando son mis lágrimas las que brotan y buscar su abrazo cuando el frío se instala dentro de mí.

Y así lo hicimos siempre. Tus brazos, fuertes y largos, me protegieron en cada dolor del alma, sin preguntas; tu risa fresca y escandalosa espantó mis penas, sin preguntas; tus manos amantes y sensuales me abrigaron en noches apasionadas, fundieron mis miedos y me enseñaron a confiar en ti. Siempre sin preguntas.

Dejé que me protegieras, que me cuidaras, que me amaras… sin darme cuenta de que todo lo nuestro ocurría en silencio, que el misterio de mis heridas aún sin cicatrizar permanecía en el pasado hermético que yo escondía a tus ojos. Por no herirte.


No puedo amarte si no desnudas tu alma… Fueron tus últimas palabras, pronunciadas a golpe de sollozo y desesperación. Las entendí como una advertencia, no como una despedida. Como la alarma que se activa cuando queda sólo una oportunidad.

Y sin entender bien por qué empecé a quitarme la ropa y me senté, desnuda, frente a esta ventana que ha de anunciarme tu regreso. Cuando ocurra, cuando vuelvas, te mostraré mi alma como ahora muestro mi cuerpo.

martes, 16 de febrero de 2010

Me cansé de ser tu hada madrina


Fotografía: Rodney Smith


Me cansé de ser tu hada madrina,
de poner magia a tu vida con mi sonrisa,
de encantar tus sueños con mis desvelos,
de cumplir tus deseos sin condiciones.

Me cansé de ser tu hada madrina,
no hago milagros, no soy divina,
me cansé de bailarte con siete velos,
de coserte siempre los pantalones.

Me cansé de ser tu hada madrina,
de girar sin parar como bailarina.
Aspiro a ser bruja de altos vuelos.
Pues sí, ya ves, tengo ambiciones.

Te quedaste ya sin tu hada madrina.
No es nada personal, no hay inquina.
Púdrete con tus llantos y todos tus duelos.
Me voy a retozar sobre seis colchones.

sábado, 13 de febrero de 2010

Cadenas rotas (El beso más delicioso - y IV)




Sentados uno junto al otro, mirando al río, dejaban pasar los minutos en silencio. No supieron cuántos, pues ninguno se atrevió a mirar el reloj. Pero parecieron una eternidad, mientras continuaban inmóviles. Ella, con la decepción asomando a sus ojos ansiosos. Él, con la angustia del pasajero que pierde su último tren, en los suyos.
De repente, como títeres movidos por los mismos hilos, suspiraron simultáneamente. Empujados por el impulso de ese suspiro, de nuevo al mismo tiempo, sonrieron y giraron sus cabezas. Sus ojos se encontraron por primera vez después de un largo rato y, por un breve instante, reconocieron en el otro la mirada de la primera vez, ésa que unió sus destinos entre la multitud.
-- Esto es…
Sus voces también reaccionaron al unísono, con las mismas palabras que se interrumpieron al darse cuenta de la coincidencia. Y descubrieron sus risas. Y se sintieron cómodos en ellas, tanto que el silencio se transformó en un lejano recuerdo.

Los minutos se transformaron en segundos, llegaron las prisas por decirse todo lo que habían callado.
Ella: que no sabía qué le pasó aquel día, que no lo pensó, que no sabe cómo se atrevió… que está sola en la ciudad, que sentía el peso de esa soledad, el vértigo por su nueva vida… y de repente al encontrar sus ojos, su mirada…
Y él: que “espera, no sigas, déjame explicarte”, que se enamoró de ese beso, que permaneció en sus labios y en su mente desde entonces, que no le pedía nada, que no importaba si decidía no volver a verlo, que necesitaba darle las gracias porque fue mágico, porque le hizo ver que no era feliz con su vida, que le dio las ganas y las fuerzas para cambiarla, que le enseñó que vivir el momento tiene sus compensaciones…
El beso, el más delicioso que jamás habían dado, dejó de ser tema de conversación. Ya rotas las cadenas con ese momento pasaron a otros temas, a hablar de la vida, de sus sueños, de sus recuerdos, a reírse, a compartir historias… con la tranquilidad de sentirse en confianza, con las ganas de conocerse mejor, con la complicidad que da conocer a qué saben los labios del otro.

Las horas se transformaron en minutos y la noche los encontró sentados uno junto al otro, frente al río. Ahora se miraban a los ojos y un nuevo beso espantó todos sus fantasmas y les dejó la certeza de que era sólo el principio de un espacio común. Sin promesas, sin metas, sin garantías, pero también sin miedo.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Quisiera encontrar (El beso más delicioso - III)


Fotografía: Rudy H. Garrido


Sentado a su lado, mirando al río, me pregunto por qué no puedo romper este silencio, por qué no puedo abrazarla como soñé tantas veces desde que ella me sacudió con aquel beso inesperado, por qué no parece ella la misma mujer decidida de entonces.

Quisiera encontrar las palabras para explicarle que mi vida era sencilla, incluso monótona, hasta que ella irrumpió con su mirada. Sus ojos me atrajeron en medio de aquella multitud como el faro a los barcos que buscan puerto, como un imán imposible de ignorar, y al encontrarme con ellos sentí que el mundo se detenía por un instante, que estábamos solos entre todas aquellas personas que caminaban deprisa y ajenas. En esos ojos me reconocí, en ellos me redescubrí y me gustó lo que vi.

Quisiera encontrar las palabras para explicarle que mi vida cambió en el preciso instante en que de un salto acabó en mis brazos, en el preciso momento en que besándome rodeaba mi cintura con sus piernas dándome el más intenso abrazo de toda mi existencia. Quisiera encontrar las palabras para explicarle que, en realidad, comencé a existir con ese beso.

Quisiera encontrar las palabras para explicarle que sólo soy un tipo común, con un trabajo común, con un noviazgo común (ocho años de relación que no pude continuar después de su beso)… tan simple que no sé cómo explicarle que no sé cómo actuar en este nuevo yo que ella misma provocó, no sé cómo actuar frente a estas nuevas ganas de vivir en su mirada, en sus brazos, en su boca.

Quisiera encontrar las palabras para explicarle que no se me ocurrió otra cosa que publicar un anuncio en el diario local con la esperanza de que ella me reconocería y me buscaría; que mi corazón dio un vuelco cuando al contestar una llamada telefónica una voz me envolvió al identificarse como la chica del anuncio, la que me besó en la calle…; que jamás había logrado cruzar la ciudad en 37 minutos; que no me acerco más porque temo que le moleste el sonido de mis latidos y dañarla cuando mi corazón estalle…

Sentado a su lado, mirando al río, me pregunto por qué no puedo romper este mutismo, por qué no encuentro las palabras que quisiera, por qué permito que se instale entre nosotros el frío del silencio… y yo tan sólo quisiera tener el valor de besarla.

Invitación




Cuando el pasado 27 de enero publiqué el relato “Venta de garaje” os conté, aunque en comentarios, que la historia nacía de una línea argumental ideada por Rudy, mi compañero. De esa primera idea surgió un duelo: cada uno escribiría su versión de la historia y luego compararíamos. No se trataba de una competencia al uso, sino más bien un juego en el que compartimos el placer de escribir.

La mía fue la publicada en la fecha que dije en este blog, mientras la suya permanecía en el anonimato. Por fin, después de mucho insistir, conseguí que él cree su propio blog (Unalmes) para mostraros la suya y, poco a poco, otras historias que está creando.

Debo confesar que me gusta más su versión, más rica en matices que la mía. Aunque supongo, y espero, que dependa del gusto de cada uno.

Me permito hoy utilizar este espacio (ya sé que es mío y hago con él lo que quiero, pero es que me estoy saliendo del guión) para invitaros a conocer el blog de Rudy, que creo os gustará.

domingo, 7 de febrero de 2010

... o lo que surja (El beso más delicioso - II)


Fotografía: Rudy H. Garrido

Sentada a su lado, mirando al río, me pregunto por qué me resulta tan difícil esta situación; por qué no siento lo mismo que cuando salté a sus brazos y nos dimos aquel beso tan delicioso; por qué no me toma la mano o me besa de nuevo para reafirmar lo que sentimos en aquel instante; por qué no dejé las cosas como estaban.

Había decidido no buscar explicaciones a por qué besé a un desconocido en la calle y había decidido también no volver a pensar en ello, salvo para recordar el preciso instante en que nuestras bocas se unieron como si siempre hubieran estado pegadas. En cada atisbo de soledad, evocaba la pasión de esos segundos y me calmaba. Aún estando lejos de mí misma había constatado que mi corazón podía alegrarse. Si sucedió en una ocasión, volvería a ocurrir. Y la próxima vez seguro que no sería consecuencia de un arrebato inconsciente. Tenía posibilidades.

Aquel beso me devolvió la fe en un futuro en el que volver a sentir era posible. Creí en ello como un niño cree en la mano de su padre cuando comienza a caminar, como el náufrago cree en la silueta de un barco que va creciendo en el horizonte. Y en eso pensaba esa mañana, cuando al leer el diario local llamó mi atención aquel anuncio:

“He recorrido cientos de veces la calle en la que tus labios me asaltaron. He buscado tu mirada entregada en todos los ojos con los que me cruzaba. Aquello sólo fue el comienzo. Llámame (…)”.

No leí más. De nuevo con la razón de vacaciones, busqué mi teléfono y marqué el número que aparecía en el anuncio.

-Aló?

Es cierto. No conocía su voz. ¿Sería él? Esperaba que así fuera, porque su tono grave erizó mi vello, aceleró mi corazón y despertó mis instintos.

-Hola… Soy yo… La del anuncio… quiero decir que soy la que te besó en la calle…

No me permitió seguir hablando.

-Necesito verte una vez más. ¿Tienes tiempo ahora? ¿Dónde estás? Paso a buscarte…

No recuerdo cómo siguió la conversación. Estaba ansiosa por verlo de nuevo, volver a saborear sus labios, confirmar que lo había reconocido cuando nuestras miradas se cruzaron.

Tardó 37 minutos en llegar. Minutos en los que imaginé multitud de reencuentros apasionados, pero no adiviné el que fue: tímido, con dos besos en las mejillas y un silencio para el que no encontrábamos palabras. Me propuso caminar hasta el río y sentarnos a conversar…

¿Conversar? Apenas dijimos nuestros nombres, a qué nos dedicamos y… de nuevo el silencio levantando entre ambos un muro imposible de derrumbar, alejando toda posibilidad de revivir un beso que debió quedarse en lo que fue, un oasis en nuestro desierto de soledad, un mero espejismo.

Sentada a su lado, mirando al río, me preguntaba por qué no dejé las cosas como estaban; por qué no me conformé con el maravilloso recuerdo de aquel beso; por qué no hice caso a mi intuición y me fui del café cuando, esperándolo, leí el anuncio del diario hasta el final:

“He recorrido cientos de veces la calle en la que tus labios me asaltaron. He buscado tu mirada entregada en todos los ojos con los que me cruzaba. Aquello sólo fue el comienzo. Llámame (…). Quiero volver a verte. Quiero forjar contigo una amistad… o lo que surja”.

sábado, 6 de febrero de 2010

El beso más delicioso - I



Paseaba por las calles de la ciudad, nueva para mí. Llevaba dos meses en ella, pero no había tenido tiempo de explorarla. La incorporación al nuevo trabajo, instalarme en el pequeño departamento que la empresa puso a mi disposición, asistir a los cursos de perfeccionamiento del idioma (que aunque lo manejaba, necesitaba una puesta al día para dominarlo y que no fuera un problema en mi desempeño profesional)… Apenas había recorrido las calles de alrededor de mi nuevo domicilio; lo justo para ubicar un supermercado, una tabaquería y un bar amigable.


Así que aproveché el primer día en el que reuní un par de horas libres y que coincidió con el primero en que salió el sol desde que llegué. Fue como una invitación a descubrir cuál sería el escenario de mi vida en los siguientes meses. A fin de cuentas, pasaría allí al menos un año.


Y caminaba sintiendo, por primera vez también desde que llegué, la soledad, el peso de la distancia de mi mundo manejable, el vértigo de enfrentar una nueva vida tras la ruptura. La ruptura con mi ex marido, pero también con todo el universo conocido.


Iba ensimismada en mis pensamientos, en mis recuerdos, en mis proyectos, cuando lo vi. Nuestras miradas coincidieron. No creo que existan palabras para definir lo que sentí en ese momento, pero la soledad huyó sin dar explicaciones, me sentí abrazada por la familiaridad de sus ojos y un exquisito calor me llenó por dentro. No supe reaccionar de otra manera y salté a sus brazos. Fue el beso más delicioso que jamás haya dado, que jamás haya recibido.


No he vuelto a verlo, pero ya no me siento sola. Y, por supuesto, he renunciado a buscar una explicación a por qué actué de ese modo con un perfecto desconocido.

PD: Lala me ha enviado un enlace, que refleja de forma maravillosa la magia de esa mirada que a veces cruzan dos desconocidos y que, al menos por un instante, los une eternamente. Creo que en comentarios pasa un poco desapercibido, por eso lo incluyo en el post. Os sugiero ver el vídeo. Es precioso.
http://www.youtube.com/watch?v=JVuUwvUUPro
Gracias Lala

jueves, 4 de febrero de 2010

Reinvento el significado de tus palabras




Reinvento el significado de tus palabras
para sobrevivir a tu esquiva respuesta.
Cambio por un quizás
y por quiero un hasta luego.

Reinvento el significado de tus palabras
para seguir en el intento de ganarte.
Cambio por te deseo un bailemos
y por ven un cómo estás.

Reinvento el significado de tus palabras
para justificar mi propia quimera.
Cambio por confieso un no lo creo
y por te amo un adiós.

martes, 2 de febrero de 2010

Historia de un reencuentro (con los libros)


"Mujer leyendo", de Fernando Botero

H. Chinaski (La zona oscura) me sorprendió pensando en mí para otorgar el premio “Amante literario”, que luego también me concedió LuluZiña (Escribir es seducir). Llevo poco más de dos meses con mis blogs (soy una neonata en este mundo) y me da pereza este sistema de entrega de premios por consistir algunos en reproducir textos no siempre sentidos y tener que “pasar la pelota” a otros compañeros. Elegirlos es lo más difícil.
Pero este premio tiene, entre sus requisitos, uno que considero muy atractivo y que en mi caso particular es también un reto. Por eso, y por un sincero agradecimiento, lo acepto.
Según las normas que le acompañan, se han de cumplir cuatro requisitos. Seguiré el mismo esquema con el que recibí el premio:

Primera norma: Decir por qué amo tanto leer
En este apartado tendré que hacer varias confesiones muy íntimas y, por lo tanto, difíciles.

No recuerdo el momento en el que comenzó mi afición a la lectura, pero sí sé que, como tantas otras cosas que hago en mi vida, nació por oposición.

El amor a la literatura no es, desde luego, una herencia familiar. En casa sólo estaba bien visto un libro si era de texto. Las novelas eran casi demoníacas, sólo una distracción, algo para perder el tiempo. (Como lo era el teatro cuando más tarde me empeñé en ser actriz y tenía que ir a los ensayos a escondidas. Asistir al estreno fue una odisea). Mi padre tiró a la basura un libro de Agatha Christie (“Matar es fácil”) que me habían prestado y que creyó algo así como un manual del parricidio. De milagro no me llevó al reformatorio.

A los diez años, mi profesora y ahora escritora Concha Blanco publicó su primer libro de poemas (conjunto), y lo sorteó en clase. Por primera y última vez en la vida, me tocó algo. Fue el primer libro no de texto que entró “legalmente” en casa.

A partir de ahí nacieron al unísono mi amor por la lectura y mi amor por la noche. Páginas y páginas que devoraba con la mano en el interruptor de la lámpara para apagar la luz si se abría la puerta de la habitación de mis padres, o que leía a la luz de una vela.

La llegada al instituto facilitó las cosas. La asignatura de Literatura me daba el argumento y excusa perfectos. Cada novela que me apetecía leer era “tarea para clase”, y no mentía mucho, pues mi profesora nos había dado un listado con un centenar de títulos para elegir. Las opciones eran múltiples, aunque la obligación era pasar por todas las épocas y estilos que estudiábamos.

Me llevé sorpresas agradables (como “El libro del buen amor”, del Arcipreste de Hita) y desagradables (como “El Quijote”, que fue traumatizante porque por primera vez en mi vida un libro se me atragantó y no fui capaz de terminarlo). Y descubrí muchos tesoros. Fue la etapa más voraz como lectora.

Por aquella época comenzó también mi afición a escribir. Y aunque no quiero mencionar títulos ni autores, porque me parece injusto al no poder nombrar a todos los que me aportaron algo (que no fueron todos los que leí), sí hay un nombre que no puede faltar: Julio Cortázar. Me enamoré de su estilo y de su magia, y de él. Leía todo lo que cayera en mis manos que llevara su nombre, y al hacerlo tejía la fantasía de poder ganarme la vida escribiendo.

En cierto modo, lo logré. Me hice periodista. Pero nada que ver con la intención inicial. Al contrario. Al ejercer la profesión fui alejándome, poco a poco, de los libros hasta llegar algunos años atrás a la incapacidad de leer (por esto quizá no debiera aceptar este premio). Esa distancia tal vez fue creciendo para no enfrentar mi frustración. Porque si me resultaba difícil leer, escribir algo distinto a una información, entrevista o reportaje era del todo imposible. Lo más parecido que logré crear fueron algunos artículos de opinión, y ello por imposición.

En todo caso, incluso en esos años de escasez, algunos libros evitaron una ruptura total con la literatura y mantuvieron también vivo el sueño de escribir. Uno sí quiero destacar: “La sonrisa etrusca”, de José Luis Sampedro. Y a algunos autores que me fueron rescatando con su buen hacer y/o con su magia: Saramago, Zoé Valdés, Benedetti, Bryce Echenique… Hasta llegar a la sequía total.

Una profunda depresión terminó por separarme de todo. No sólo de la lectura, ni de la escritura. De TODO. Si sobrevivo a ella es sólo por amor: el de mis padres, el de mis pocos pero buenos amigos (de los que sólo me duele la distancia), y el de mi paciente compañero. Ahora también el de mi hija.

Cinco ó seis años en los que empecé muchos libros (nunca dejé de leer del todo), pero no lograba terminar ninguno.

Hace unos meses, en julio de 2009, las cosas cambiaron. ¡Leí entero un libro! (y luego otro, y otro…). Paradójicamente, inmersa en la crisis de los 40, me sedujo “En brazos de la mujer madura”, de Stephen Vizinczey. Porque la vida es jodidamente irónica.

Esa reconciliación con la lectura tuvo una recompensa aún mayor: mi reencuentro con la escritura. Y aquí estoy, desde noviembre, atreviéndome a jugar con las palabras. He vuelto a escribir y me atrevo a publicar. La respuesta que he obtenido de vosotros es de lo más alentador, emotivo y hermoso que me ha pasado en mucho tiempo.

Y aunque me duele contar lo que estoy contando, quizá sirva para que entendáis la importancia que tenéis, porque mis dos blogs son ahora mismo vitales: me dan vida.

Eternamente agradecida.

Segunda norma: mostrar el premio



Tercera norma: agradecerlo a quien lo otorga
Obvio que agradezco a Chinaski haber pensado en mí al otorgar este premio. No podría ser de otro modo. Carlos (sé, por comentarios en otros blogs que te llamas así, permíteme que yo lo haga ahora), por todo lo que he contado, por lo que supone estar escribiendo, tu reconocimiento me emociona. Pero es que ya tenía por qué agradecerte antes del premio: tu presencia constante comentando mis textos, tus palabras animándome a seguir haciéndolo, tus desafíos para continuar algunas historias te han convertido en alguien importante. Porque, por encima de todo, mi llegada al mundo blogger me ha ayudado como ser humano y me ha permitido conocer a personas que, estoy convencida de ello, valéis la pena. Gracias, de corazón.
PD: Cuando ya había escrito este texto, LuluZiña me otorgó también el premio. Quiero agradecerle el gesto y la ilusión que me transmite con sus comentarios. Gracias, amiga.

Cuarta norma: repartir este premio a otras diez personas y avisarles.
Y éste es el requisito más difícil. Excluyo a Chinaski, que me dio el premio, y a Capri, porque ella se lo dio a él. De no ser así, ambos estarían en esta lista. Excluyo también un par de nombres, porque sé que no aceptan premios.
Diez me pareció un número muy grande. Ahora se me queda corto. No son los únicos, pero elijo estos blogs por el placer que me produce adentrarme en ellos.
Concedo el premio, por estricto orden alfabético, a los siguientes blogs:

-A través de la persiana
-Conociendo a Mr. Jones
-De cenizas
-El arte de quitar sombreros
-La curvatura de mi risa
-La tasca sin nombre
-Ofú… ahora un blog
-Plutonarias Blog
-o no
-Tecla-la sombra del pájaro