sábado, 31 de julio de 2010

Mentiras


Fotografía: "Jardin des Plantes", de Henri Cartier-Bresson


Venciste el fastidio que te generó mi llegada al mundo y te convertiste en la persona que más me quería. Así lo sentía yo. Compartías conmigo mis ratos de juego, me contabas historias cuando llegaba la hora de dormir y me convencías de que era la princesa de la casa.

Te preocupabas de que me viera hermosa, de que supiera comportarme, de que aprendiera valores. Me hablabas (y me enseñabas con tu ejemplo) de sinceridad, de educación, de respeto… y yo te admiraba. Deseaba crecer rápido para ser como tú. Eras el modelo a seguir.

Pero empezaste a cambiar. Primero variaste los roles en nuestros juegos (siempre querías hacer de mamá). Después fue tu cuerpo el que se fue haciendo diferente, con nuevas formas y volúmenes que te hacían más distinta a mí. Y, finalmente, fue tu actitud.

Recuerdo cuando te parabas a hablar con muchachos que te miraban con cara de bobo, la misma que se te ponía a ti cuando te sonreían. Tus juegos conmigo se iban distanciando, ya no me llevabas a los lugares que tanto me gustaban, sino que me hacías recorrer una y otra vez las mismas calles, llenas de jóvenes a los que ponías ojitos. No podía entenderte.

Peor fue cuando conociste a aquel moreno, guapo sí, pero que no me gustaba porque me miraba mal cuando te veía llegar conmigo. Y yo empezaba a desconocerte. Salías de casa diciendo que me llevabas al parque. Y era cierto, allí íbamos, pero en lugar de jugar como siempre habíamos hecho, te reunías con tu “novio” (qué mal me sentía cada vez que pronunciabas esa palabra) y me teníais aburrida, sentada por horas en un banco mientras vosotros hablabais, tan bajito que yo no podía escuchar nada, os besabais, os tomabais las manos y os mirabais con una expresión que no podía comprender.

De vuelta a casa, me obligabas a contar que me había divertido mucho, que estaba cansada de tanto jugar y que estaba deseando volver a salir contigo al día siguiente…

Ahora te ofendes porque te oculté mi verdad y se te llena la boca de reproches… No deberías ponerte así. A fin de cuentas, hermana, tú me enseñaste a mentir.

miércoles, 28 de julio de 2010

Predestinado




A Alberto le iba bien en el trabajo. A pesar de su juventud, era el jefe de mantenimiento de la mayor papelera del país. Su futuro se auguraba sin problemas. Responsable y muy apreciado en la empresa, tanto por los jefes como por sus compañeros, nunca ponía problemas cuando le encargaban alguna tarea extra.

Como aquella tarde, en que salía del turno. Estaba ya vestido de calle cuando le avisaron de una avería en una cortadora de papel que estaba paralizando parte de la producción. El compañero del siguiente turno ya había llegado y estaba en el vestuario, pero él aceptó echarle una mirada a la máquina.

En realidad el problema era fácil de solucionar y decidió hacerlo en el momento, sin cambiarse de ropa y sin ponerse los guantes protectores. La desgracia actúa rápido. Una cuchilla se movió y sesgó su mano derecha.

Tardó un par de años en superar el trauma y en habituarse a defenderse sólo con su mano izquierda. El golpe psicológico le costó algo más superarlo. No le resultó nada fácil asumir su minusvalía. Sin embargo, quizá estuvo siempre predestinado.

Cuando sus padres dejaron la casa familiar para mudarse a un apartamento más pequeño y acorde a sus necesidades citaron a sus hijos para repartir entre ellos algunos objetos que no les cabrían en la nueva vivienda.

Toda la familia se reunió en un fin de semana que se llenó de nostalgias, recuerdos, risas y alguna lágrima según fueron desempolvando viejos juguetes, adornos, cuadernos… y sobre todo con las fotografías.

Ni sus padres ni sus hermanos entendieron el repentino llanto desconsolado de Alberto, que estaba sentado en su antigua habitación rodeado de un montón de fotografías. Al acercarse comprobaron que eran todas suyas, desde que era un recién nacido hasta las más recientes. Sin poder articular palabra les mostró qué le había afectado tanto: en ninguna aparecía su mano derecha. Como si nunca la hubiera tenido.

domingo, 25 de julio de 2010

Placeres de invierno


Imagen: Alís Gómez

En verano ellos "criticaron" el jardín de la casa porque era demasiado verde y poco florido para su gusto (más barroco que el mío). Tenían en parte razón, pero poco podía hacer con un espacio heredado. Además, me gusta la simpleza y tranquilidad del verde.
Luego llegó el otoño, dorando y sonrojando las hojas. Me gustan los colores del otoño, así que disfruté la estación. Y pisar las hojas secas siempre me transporta a un placer infantil. La sensación de la niña pequeña que hacía crujir las hojas marrones y amarillas caídas sobre las aceras de París permanece casi intacta y resucita cada otoño.
Y el frío del invierno llegó con sorpresa. Cuatro o cinco arbustos se llenaron de hermosas flores. Y el camelio, ése que yo creía que nunca vería en flor, despertó un amanecer demostrando cuánta belleza puede ocultar un ser aparentemente anodino. Ahora dedico unos minutos de cada día para observar las camelias, cada vez más, de blanco y rojo, como sangre caída sobre un pañuelo blanco o una geisha sonrojándose.

Todo llega... para el que sabe esperar.
Sigo a vueltas con el verbo esperar:
Cuando menos lo esperas y de lo que (o quien) menos esperas surge el placer, el momento por el que vale la pena vivir y empezar cada día, el sabor de la vida.
Y me sorprendo de mí misma, por volver a ser capaz de vibrar con cosas sencillas.

...Y le doy gracias al camelio. Y al invierno.

miércoles, 21 de julio de 2010

Buen viaje


Llevamos seis horas volando ya. Quiero dormir para llegar cuanto antes, pero es totalmente imposible conciliar el sueño.

Mientras había luz solar en la cabina, todos alrededor dormían. Y ahora que debiera reinar la oscuridad, ya no... Ahora leen, con sus luces individuales encendidas. Tengo siete soles encendidos alrededor; a mi hija diciendo "mamá, no puedo dormir porque hacen sonidos", "concéntrate en uno y duérmete", "no puedo"...; el bebé de cuatro filas adelante llora, llora y llora; la mujer que está situada a las ocho no para de estornudar; dos jóvenes cinco filas atrás conversan y celebran con cervezas sabediosqué; en las pantallas una película de género fantástico que promete ser fantásticamente aburrida, y en mi sitio ni un sólo centímetro de sobra en el que poder acomodarme.

Sí, vuelo en Iberia. Y sólo puedo pensar que aún faltan siete horas para llegar, y no importa el tiempo que pase, porque siguen faltando siete horas.

Menos mal que el gigante rubio de al lado va leyendo un libro en árabe, que para entendernos es un libro al revés (tal vez sobre brujas hermosas y piratas honrados). Nunca había visto uno, no entiendo nada, pero me distrae ver cómo pasa sus páginas como si fuese el periódico por la mañana.


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lunes, 19 de julio de 2010

Compromiso




Estábamos bien. Estamos bien. Disfrutamos juntos. Fue así desde que nos conocimos. ¿Lo recuerdas?

Aquel almuerzo de trabajo al que ambos acudimos en representación de nuestras respectivas empresas y sin muchas ganas, pues nuestra labor era meramente presencial, se convirtió en el principio de una época feliz. Fue tan casual nuestro encuentro que me veo tentada a creer en el destino.

A partir de entonces todo fue fácil: la risa, la conversación, la pasión, incluso la rutina fue fácil. Ni siquiera sabemos lo que es un enfado largo e importante, porque la reconciliación también nos resulta fácil. Tanto, que creo que los pocos problemas que hemos tenido los hemos provocado por el placer de hacer las paces.

Sin embargo, no sé por qué, ahora te empeñas en querer complicarlo todo introduciendo la palabra compromiso en nuestra relación. Dices que quieres más, y me pregunto qué más podemos querer si así tenemos la felicidad en nuestras manos.

Y yo sólo puedo comprometerme a una cosa: hoy te juro que mi amor es para siempre. Pero mañana...

...mañana vuelve a preguntarme.

jueves, 15 de julio de 2010

Epílogo


Fotografía: Andrewthecook


Terminó el Mundial (por fin) y en Suráfrica se han quedado con un auténtico problema de orden público, ecológico y económico. No se trata ya de saber qué harán con tanto estadio nuevo, sino algo más inesperado cuando se inició el campeonato: el boom de las vuvuzelas. Millones de trompetas plásticas permanecen en el país sin un destino determinado.

Lo primero que idearon fue organizar una campaña similar a las que se hacen tras las navidades para recoger arbolitos. Ello con la intención de evitar el abandono de las cornetas en las calles y parques de las distintas ciudades. Pero ¿y una vez recogidas?

Convocados por las máximas autoridades, personalidades de distintos ámbitos se reunieron para una tormenta de ideas.

-Hagamos una asociación del tipo "Vuvuzelas sin fronteras" y distribuyámoslas por los países del tercer mundo -dijo un experto creador de ONGs-. No lograremos eliminarlas, pero al menos estarán repartidas.

-Eso sería una ofensa. ¿Cómo gastar tantos millones para distribuir cornetas a países que necesitan comida, medicinas, material...? -protestó ofendido el artista-. Lo mejor sería fundir todas y construir una vuvuzela gigante como símbolo de este exitoso mundial...

-¡Pero si son de plástico! -le cortó el ministro de Medio Ambiente-. Ese proyecto es absurdo.

-¿Y si los usamos como conos señalizadores en las carreteras? -preguntó el director general de Tráfico. Ni siquiera le escucharon.

-Podríamos ver el modo de construir viviendas con ellas y quitamos las chabolas de madera en los suburbios... -propuso un alto directivo del Ministerio de Vivienda.

-Claro, quitamos las chabolas de madera para poner chabolas de plástico... qué inteligente... -ironizó otra voz asistente al encuentro.

-Y ni siquiera podemos venderlas como el recuerdo más representativo del Mundial, porque a última hora un pulpo le restó todo el protagonismo -lamentó el representante de Turismo.

Horas y horas duró esta reunión en la que no se logró una idea que convenciese a todos los asistentes.

Al día siguiente, todos los medios de comunicación publicaron un anuncio institucional en el que se solicitaban ideas.

¿Cuál es la tuya?

lunes, 12 de julio de 2010

Ritual gastronómico


Fotografía: Loreto López Baltar


Cada vez que viajaba a Galicia (todos los años) tenía una cita gastronómica ineludible, un ritual casi, un reencuentro con sus sabores primigenios al que no podía renunciar, ni quería, porque pasaba el resto del año esperando ese momento.

En los primeros días de su estancia en su tierra, de la que llevaba mucho tiempo alejada, acudía siempre al mismo local a comer una o dos raciones de pulpo "á feira". Allí la conocían, a pesar de que sólo iba una o dos veces al año y de que tenían mucha clientela. Demasiada, pensaba cada vez que tenía que llamar con varios días de antelación para hacer una reserva. Llegar sin avisar era absurdo, porque siempre estaban todas las mesas ocupadas y la barra llena de comensales esperando su turno.

Este año se sorprendió cuando al llamar a su "pulpeira" favorita le dijeron que podía ir ese mismo día si lo deseaba. Pensó que no era buena señal, que quizá habían cambiado de dueño y había bajado la calidad del producto, pero era tanto su deseo de degustar su plato favorito que por supuesto aceptó y prefirió pensar que quizá alguien había anulado su reserva y ella había tenido la suerte de telefonear justo después.

Por la noche, después de reunirse con los dos amigos que participaban con ella de ese rito, llegó al establecimiento y no pudo dar crédito a lo que vio. La recibieron las mismas personas de siempre, lo que la alivió, pues se sabía en buenas manos, aunque tenían el rostro afligido, de preocupación. El restaurante estaba totalmente vacío (por primera vez en su vida podían elegir la mesa que quisieran).

Si la atención siempre había sido buena, en esta ocasión fue de lujo. Tanto las dos raciones que pidieron como la tercera extra que les llevaron como obsequio de la casa estuvieron más exquisitas que nunca. Con el café también les invitaron a unas copas. No comprendía qué ocurría, por qué tan vacío el local, pero estaba disfrutando tanto que no quiso romper la magia del momento. Sólo pensó que quizá la crisis económica era más grave de lo que ella imaginaba.

El camarero estuvo encantador y absolutamente pendiente de ellos; sólo se distraía para dar los últimos retoques a un cartel que estaba pegando en la puerta cuando ellos salieron. Al sentirse observado, les comentó: "Según fue avanzando el Mundial, el número de clientes fue bajando de forma considerable. Pero desde que el domingo España ganó, las únicas llamadas que recibimos fueron para anular las reservas hechas con anterioridad". Los tres miraron la cartulina y pudieron leer:

"Ninguno de los pulpos que cocinamos en este local tiene parentesco o relación alguna con el pulpo Paul".

jueves, 8 de julio de 2010

Sin afición




Nunca le gustó el fútbol. Ni siquiera el Mundial le despertaba la más mínima afición. Vivía totalmente ajena a lo que estaba ocurriendo en el campeonato, por eso cuando tomó aquel taxi ignoraba que la selección de su país estaba jugando la semifinal.

Claro, una vez en el auto no tardó en enterarse. El taxista hizo una mueca desagradable cuando la vio entrar en el coche y apenas le dedicó unos segundos para escuchar a qué dirección quería dirigirse. Ella dudaba de que se hubiera enterado realmente. La radio retransmitía, a un volumen más alto de lo recomendado y por supuesto más de lo deseable, un aparentemente infartante partido de fútbol. El equipo dominaba, pero todavía se mantenía el empate a cero goles.

Un "uuuuyyyyy" tras otro fue lo único que escuchó del chófer, que aunque parecía conducir de manera autómata, al menos iba en la dirección correcta. Ella ponía malas caras con la esperanza de que él la viese por el espejo retrovisor y, al menos, bajase un poco el volumen de la radio. Pero pronto se dio cuenta de que no lo conseguiría y comprendió que bastante lo había incordiado obligándole a hacer una carrera en medio del partido. Aunque la culpa era suya por ponerse a escuchar el encuentro en la parada de taxis.

De repente el juego pareció ponerse más intenso. "Saque de esquina favorable a España! Una nueva oportunidad de gol para nuestra selección...", decía el locutor de radio al borde de un ataque. Casi logró contagiarla de la tensión del momento.

"¡¡¡¡GGGOOOOLLLLLL!!!!!", gritó el taxista a coro con el comentarista, al mismo tiempo que levantaba los brazos celebrando. No se sabe qué movimiento hizo con el volante antes de soltarlo, pero el automóvil se dirigió hacia la mediana de la calle por la que circulaban, aumentando su velocidad, tal vez porque también pisó el acelerador a consecuencia de la emoción.

Fueron sólo décimas de segundos, pero el coche volcó provocándole serias heridas que la mantienen hospitalizada. La enfermera acaba de informarle que se ha habilitado una sala para que los pacientes puedan ver juntos la final, por si le interesa.

Pero a ella nunca le gustó el fútbol.

lunes, 5 de julio de 2010

La manifestación




La selección regresó del Mundial antes de lo esperado, y con su retorno se reabrió el debate sobre el fútbol y el sexo. Fue como si no ocurriera nada más importante en el país. Medios de comunicación, opinólogos, artistas, políticos, encuestas sociológicas… todos quisieron hacer pública su opinión al respecto.

Sin duda, esto no hubiera ocurrido si Luciano Salazar, delantero, capitán del equipo nacional y considerado el mejor jugador del continente (quizá por eso se le perdonaba ser una de las estrellas de la farándula por sus constantes romances con modelos y aspirantes a) no hubiera hecho aquellas declaraciones a su llegada al aeropuerto.

Bueno, eh… sí, no nos fue muy bien… es que… bueno, eh… es que… no estábamos bien… no se puede jugar en esas condiciones”.
¿Qué condiciones?”.
Bueno, eh… tenemos necesidades… eh… de afecto… de compañía… La concentración, tanto tiempo sin sexo… eh… así no se puede jugar bien”.

Cuando un miembro de la delegación se acercó para alejarlo de la prensa ya era demasiado tarde. Sus palabras fueron primera página en todos los diarios deportivos, noticia de titulares en los informativos de televisión y radio. Al otro día ya no se hablaba de otra cosa.

Tertulias, programas especiales de entrevistas a futbolistas, entrevistas a sexólogos, a entrenadores, a sociólogos, incluso abogados y modelos… Los políticos se sintieron cómodos y también predispuestos a comentar el tema en los pasillos del Congreso. Pronto el asunto del sexo sí o no antes de una competición se convirtió en una cuestión nacional, casi un tema de Estado.

Fue tan candente el debate que los futbolistas se sintieron azuzados, y estimulados por la percepción de que contaban con el respaldo de la opinión pública, convocaron una manifestación frente al palacio presidencial. La encabezaban Luciano Salazar y sus compañeros de la selección, a los que se sumaron jugadores de todas las categorías. “Queremos sexo antes de los partidos de fútbol”, decía la poco original pancarta.

De repente, el escaso espacio vacío que quedaba en la plaza se fue llenando por un grupo de hombres, semidesnudos, que se concentraron y empezaron a desplegar su propia pancarta: “Queremos jugar al fútbol antes de rodar una película. Firmado: Asociación de actores porno”.

jueves, 1 de julio de 2010

La ventana del 1º A


Ilustración: "Office at night", de Edward Hopper


Hacía ya tiempo que el notario del 1º A no se quedaba hasta tarde con su secretaria. Desde aquella vez que los vi discutir acaloradamente después de que ella le enseñara una fotografía. Aquella noche no llegaron a bajar la persiana, tal como acostumbraban a hacer cuando se quedaban solos, sino que ella se fue llorando, dando un portazo que se oyó desde este lado de la calle.

Después de esa discusión, pasaron semanas en que la notaría cerraba sus puertas a la hora en que salían todos los empleados. Y tal vez era una sensación mía, nacida del aburrimiento de tantas horas mirando por la ventana, pero por el día parecía reinar un ambiente tenso en la oficina.

Ayer intuí que algo había cambiado. En la mesa de la mujer había un ramo de flores que ella olía a cada rato durante todo el día. Y se veía radiante. Incluso cambió sus habituales trajes sastre por un vestido que sensualmente marcaba su cuerpo.

Más que ningún otro día, se levantaba de su escritorio al archivador, pasando por delante de la mesa de su jefe. No estoy segura, pero creo que él la miraba de soslayo.

Como ocurría a diario, a las cinco de la tarde fueron asomando a la puerta de la oficina los demás empleados para despedirse. Un par de minutos más tarde los veía salir del portal e irse calle abajo. No tardaron en quedarse solos, aparentemente enfrascados en trabajo atrasado. Por una media hora continuaron ella mecanografiando y él leyendo y firmando papeles, como queriendo asegurarse de que nadie volvería.

De repente, como si nada hubiera pasado, retomaron la rutina habitual de semanas atrás. El recogió todos los papeles de su mesa dejándola libre, la miró sonriente y se levantó a cerrar la persiana. Sin embargo, una vez más dejaron la luz encendida, ignorantes de que sus sombras revelaban a cualquier curioso la pasión que intentaban ocultar.