(refrán popular)
“Mañana voy a matar al cerdo de mi suegro”. Laura jamás olvidaría esas palabras del dueño del bar de la esquina. Ni que el fin de semana siguiente el estabecimiento permaneció cerrado. Lo hacía pocas veces, y siempre que ocurría, en la puerta colgaba el cartel de “Cerrado por defunción”.
Y como no lo olvidaba, notó que un año después sucedía lo mismo. “Voy a matar al cerdo de mi suegro”, el bar cerrado el fin de semana y la absoluta normalidad el lunes siguiente, sólo rota por alguna conversación sobre el descuartizamiento. Y al otro, lo mismo. La diferencia en el tercer año que lo oyó fue que descubrió a qué se refería exactamente aquel hombre.
Laura durmió inquieta aquella noche, con la sensación de que algo importante iba a ocurrir al despertar la mañana. Por eso habían viajado al pueblo ese fin de semana. Así que no le costó madrugar. Era consciente de que fuera lo que fuera, ella debía verlo. Bueno, tal vez hubiera sido mejor no haberlo visto, pero eso lo sabe ahora.
Se levantó en cuanto oyó movimiento por la casa, desayunó y bajó las escaleras de piedra para ver en qué estaban ocupados tantos hombres esa mañana. Pero se encontró con el portón cerrado. Ese enorme portón viejo de madera gris, que ahora conocía porque siempre había estado abierto. Le daba suspense y emoción al momento. ¿Por qué debían ocultarse? Claro, los gritos desesperados que se escuchaban sumaban misterio.
La madera vieja de la puerta estaba muy gastada y dejaba bastante espacios por los que poder espiar. Y vio que los gritos eran de un cerdo que huía por todo el patio, mientras varios hombres corrían detrás. Creía que no se podía gritar más, pero comprobó que sí cuando lo atraparon, le ataron las patas y lo acostaron sobre aquella mesa grande de piedra. Ella sólo intuía qué le iban a hacer, pero el animal parecía saberlo.
Cuando más estremecedores eran los alaridos vio cómo aquel cuchillo enorme entraba, de forma aparentemente fácil, en su cuello. Y se hacía el silencio. Un silencio que brotaba como aquel río de sangre que caía en una palangana azul.
Ya muerto el cerdo, las tareas se realizaron de puertas abiertas. Parece que los niños no podían ver cómo lo asesinaban, pero sí cómo lo descuartizaban y convertían en chorizos. Aunque luego también pensó que lo de cerrar el portón podía ser para que no se escapase el marrano. El caso es que Laura recibió su primera clase de anatomía “por inmersión” y pudo ver cómo era por dentro, qué es piel, carne, hueso, vísceras… como esos intestinos que tuvo que ayudar a lavar en el agua fría del río, para ver luego cómo eran llenados con carne. ¡Así se hacían los chorizos que tanto disfrutaría luego!
Por supuesto, no quiso probar la sangre cocida tan celebrada en el almuerzo, aunque sí saboreó un filete. Curiosamente, sin cargo de conciencia.
Ahora, ya mayor, Laura recuerda todos los años por las mismas fechas aquella frase, como una letanía. “Voy a matar al cerdo de mi suegro”. Y se lo está pensando.
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