jueves, 31 de octubre de 2013

Un sueño recurrente


Imagen: Joshua Hoffine


Cuando era niño, tuve por años un sueño recurrente. En él, mis padres me levantaban urgidos a mitad de la noche porque teníamos que escondernos. Flatza estaba en camino y no debía encontrarnos.

Yo no entendía qué pasaba, me limitaba a seguirles adormilado y me ocultaba con ellos, que temblorosos me contagiaban su temor. Poco después se escuchaban unos gruñidos y cómo unos pies se arrastraban por el pasillo de la casa. Flatza, un monstruo enorme, de color pardo y con grandes garras, descubría nuestro escondite y nos engullía.


Anoche desperté con los gritos de mi hijo menor. Había tenido una pesadilla y lloraba desconsoladamente. Su madre y yo intentamos calmarlo, le explicamos que los monstruos no existen en realidad, que son miedos que tenemos en la vida y que en los sueños adoptan formas monstruosas, pero no pueden hacernos nada. Sin embargo, no había modo de tranquilizarlo y me quedé sin argumentos cuando entre llantos gritó:

- Papá, ayúdame. Yo no me quiero ir con Flatza.


lunes, 28 de octubre de 2013

Descansa




Me pides permiso para irte. Yo acaricio tu frente e intento sonreír mientras te digo que descanses ya, tranquilo. Observo en qué han convertido tu cuerpo estos años de lucha y entiendo que no es justo pedirte ni un esfuerzo más.

Tu cuerpo ha menguado, pero tú no, tú has crecido desde la negación, la rabia, la pena y la asunción en un proceso que te ha transformado en un gigante sabio que tiene que irse cuando más podría enseñarnos.

Y yo maldigo esta enfermedad que te arrebata de nuestro lado siendo aún tan joven. La maldigo al tiempo que le agradezco, por habernos permitido no sólo despedirnos, sino también decirnos todo lo que callábamos porque nos creíamos con tiempo, amarnos mejor, conocernos más, confirmar la certeza de que de nuevo nos habríamos reunido si la vida nos diera una segunda oportunidad, sin cambiar nada salvo tal vez aprovechar más cada momento.

Hemos hablado tanto en este último tiempo, que no es necesario extender la agonía. Hemos logrado entender que vivir no se trata tanto de averiguar por qué ocurre lo inexplicable, sino de aceptar, enfrentar y exprimir todas las posibilidades que nos ofrece cada nueva situación. Aunque sea la última.

Acaricio tu frente e intento sonreírte porque quiero que te vayas en paz, con la tranquilidad de haber dado todo de ti, el convencimiento de que sabremos estar bien, la certeza de que seguirás en nosotros y la satisfacción de haber exprimido hasta el último segundo de vida asignado.

Y cuando te hayas ido, lloraré. Expulsaré en llanto la pena y la rabia de no estar lista para seguir sin ti, lloraré hasta vaciar de mí esta impotencia que me llena y me impide parecerme a ti. Y después, de nuevo, te dejaré partir.

jueves, 24 de octubre de 2013

Puta




Mis hijas se parecen a su padre. Físicamente no hay ningún rasgo que las vincule conmigo. Es algo que he tenido que asumir: la genética paterna fue más fuerte que la mía. Sin embargo, según van creciendo y mostrando su carácter, ya encuentro en ellas características mías. Una de ellas es la percepción, o la intuición, que según algunos no es más que otra prueba de que soy una bruja. Supongo que lo comentan con cariño (si no, tendré que preparar algún conjuro ejemplarizante).

Mi hija mayor demostró pronto sus dotes. Cuando apenas empezaba a hablar nos hacía advertencias y vaticinios que luego se cumplían. Y siempre nos lo recordaba con un “¿ves?, te lo dije” lleno de satisfacción. Confieso que en alguna ocasión me dio miedo y todavía espero que alguno de sus anuncios para los próximos años no se cumpla.

Las pequeñas, con sólo dos años, manifiestan ser perceptivas con sus reacciones ante las personas. Con algunas interactúan felices como si las conocieran de toda la vida aunque las vean por primera vez, y con otras se defienden con mirada de desconfianza y distancia. Cuando observo a quienes generan esa respuesta, a menudo son seres con malas vibraciones. O así me lo parece.

Ahora que empiezan a hablar, las mellizas también sorprenden con sus comentarios. Tenemos que esmerarnos en traducir sus declaraciones para evitar problemas, a veces fielmente y otras veces disfrazando sus palabras.

La semana pasada, Violeta jugaba en el parque. De repente, se quedó mirando a una vecina que estaba de pie frente a ella y señalándola empezó a gritar: “Puta, puta, puta”.

Yo no sabía qué hacer ni qué explicaciones dar. Se oía perfectamente lo que decía Violeta, porque todos los demás nos quedamos en silencio, sorprendidos. De repente, de detrás de la señora apareció una mariposa revoloteando, a la que mi hija persiguió gritándole: “Puta, puta, puta. Mira, mamá, una puta”.


PD: Dedico este texto a mi hija Violeta, que llama puta a las mariposas. (A la chirimoya la llama poya, de lo que deduzco que a las mariposas les gusta la chirimoya).

lunes, 21 de octubre de 2013

Estás buenamoza


Fotografía: Cornell Capa


-- Estás buenamoza.

Me sorprendes, porque no estoy acostumbrada a que me piropees, y no encuentro la respuesta oportuna. Ni siquiera un gracias, porque más que alegrarme, tu comentario casi me ofende. Soy la misma de todos los días, la misma que acompaña tu vida desde hace años, la misma que escucha cada noche tus problemas e intenta ayudarte aportando otro punto de vista, la misma que cayó en la rutina de imaginar mil y una maneras de romper la rutina.

Casi me ofende ese piropo por escaso, por inesperado, porque suena extraño en tu voz. Porque despierta multitud de preguntas que dicta mi inseguridad y lo encajo con el mismo miedo que se reciben esos ramos de flores que disfrazan la culpa de quien los envía.

Me dices que me encuentras bonita hoy, y me molesta que no me lo hayas dicho ayer, la semana pasada, el mes anterior o cualquier día de estos años que hemos compartido con la tranquilidad del cariño asegurado, con la inercia que proporciona ese sentido de posesión que creemos invulnerable.

Me molesto tanto que no se me ocurre pensar que tal vez me lo dices porque hoy por fin he decidido quitarme el pijama, elegir un vestido que me sienta bien y estrenar por fin el rímel para resaltar mis ojos. 

jueves, 17 de octubre de 2013

Despertar




-- Hola, Maruja. ¿Cómo estás? Pareces cansada.
-- Calla, mujer. Anoche tardé muchísimo en dormirme, y cuando lo hice sonó un despertador muy ruidoso. Ya no pude pegar ojo. Debe de ser de los del segundo, voy a pedirles que lo cambien.
-- Si sonaba muy fuerte, creo que es el despertador de mi hija.
-- ¿Cómo va a ser el de tu hija? Vivís en el quinto y yo en el primero. Tiene que dejarla sorda.
-- Suena muy fuerte, sí, pero a ella no la despierta. Ni se entera.

Así era. Podía estallar la bomba más potente a mi lado mientras dormía, que yo no me enteraba. Era un suplicio para mi madre despertarme cada mañana. Ella temía ese momento del día, porque debía intentarlo una y otra vez, de las maneras más inverosímiles, para lograr que volviera a la vida desde mi profundo sueño.

Excepto los domingos. El mágico ritual de los domingos, que conseguía despertarme suavemente sin necesidad siquiera de abrir la puerta de mi habitación.

En mis sueños se colaba siempre un aroma, un agradable olor que se filtraba por debajo de mi puerta hasta llegar a mi nariz, envolverme entera y alertar todos mis sentidos, llevándome a un placentero duermevela en el que aguardaba la señal definitiva para levantarme de un salto y saludar sonriente al nuevo día.

Era un olor dulce, cada vez más intenso, que se imponía al sueño más profundo y sacudía mi honda pereza. Era imposible resistirse.

Una vez abiertos los ojos, lo que ocurría un rato después de que se activara mi olfato, sólo había que esperar unos minutos. El olor era el “preparados”, la apertura de ojos era el “listos”, y el “ya” llegaba cuando se abría la puerta de la casa y oía a mi padre diciendo: “Ya están aquí los churros”.

En menos de diez segundos ya estaba sentada a la mesa de la cocina para disfrutar el exquisito chocolate que preparaba mi madre y que inauguraba oficialmente todos los domingos de mi infancia.

lunes, 14 de octubre de 2013

Haciendo turismo


Fotografía: Idana Gómez

Andrés aprovecha su trabajo como camarero del restaurante italiano del hotel para contactar con huéspedes y ofrecerles sus servicios de guía turístico privado a un precio mucho más conveniente que los “tures" oficiales: un día (su día libre) recorriendo los lugares más pintorescos de la isla en su jeep particular. Aprovecha el momento del café para sacar su teléfono móvil y mostrar fotos de un paseo anterior, haciendo descripciones apasionadas de los diferentes paisajes retratados. Todos iguales, y solitarios. 

- Lo que sí tengo que pedirles es que como lo hago sin pagar impuestos, para poder abaratar el precio, no puede saberse. Por favor, no lo comuniquen al hotel. 

Laura y Simone, que llevaban varios años viviendo en países diferentes, habían decidido juntarse en una isla del Caribe para recordar viejos tiempos. Ambas extrañaban las noches de juerga, las largas conversaciones, las risas y la complicidad que las habían hecho tan amigas. Resucitar esos recuerdos en una playa paradisíaca les había parecido un plan perfecto. Y lo estaba siendo. 

Nadie supo a dónde fueron aquel miércoles que salieron tan temprano hacia la parada de autobús de enfrente. La dirección del hotel dio aviso a la Policía porque le pareció extraño que dos huéspedes abandonaran varios días el recinto dejando sus pertenencias en la habitación. 

Dos meses después, el jefe de la Policía isleña informó en rueda de prensa que no había pruebas concluyentes para esclarecer la desaparición de dos jóvenes extranjeras en la isla, pero todo apuntaba a que decidieron buscar una playa solitaria y, de modo accidental, se ahogaron en el mar. No descartó que tuvieran cierta veracidad los rumores que insinuaban que se trataba de un suicidio en pareja por motivos sentimentales. 

Después de la rueda de prensa, el responsable policial tuvo que enfrentar en privado la furia del gobernador.

- Detenga de una vez a ese hijo de puta. No podemos disimular más muertes y desapariciones. Si se descubre que hay un asesino en serie en la isla, cundirá el pánico y no vendrá nadie más. Y le recuerdo que aquí TODOS vivimos del turismo. 


jueves, 10 de octubre de 2013

Me buscabas


Ilustración: Grado.V


- ¿Me buscabas?
- Hace tiempo ya, sí.
- Aquí estoy.
- ¿Vienes sola?
- Claro.
- ¿De qué me sirves sola? ¿Por qué no vienes acompañada?
- Porque sólo me llamaste a mí. Creí que te bastaría.
- No sé si será suficiente… No sé qué puedo hacer contigo…
- ¿De qué te quejas? ¿Acaso no soy la palabra que buscabas?
- Sí, es cierto, pero llegas demasiado tarde.

lunes, 7 de octubre de 2013

Proyectos



A Alicia le gusta ir a la plaza Mayor y sentarse en la fuente mojando sus pies. Octavio no le ve la gracia, pero si a Alicia la hace feliz le parece bien. Incluso alguna vez se animó a mojar los suyos. 

Alicia cierra los ojos y escucha. Octavio no para de hablar de sus proyectos. Sobre todo de proyectos. Los tiene a montones. Siempre aparece alguno nuevo. Y le cuenta a Alicia cómo será su propio taller, de qué color su casa, qué países llenos de fuentes recorrerán o el diseño que se le ocurrió para la cuna de sus hijos. 

-¿Qué le parece?

Alicia cierra los ojos y escucha, hasta que él termina de hablar. Siempre lo hace con la misma pregunta. Entonces deja de chapotear con sus pies, y se detiene a observar la ternura en los ojos de Octavio antes de contestar. 

- ¿A usted lo haría feliz? --Octavio ni tiene que responder, su amplia sonrisa habla por él--. Entonces sí me gusta. 

jueves, 3 de octubre de 2013

El escritor




El informativo de la noche abrió comunicando el fallecimiento por causa accidental de Ignacio Gorostegui. Su avanzada edad había impedido su recuperación después de caerse en la escalera de su casa.

- Abuela, ¿has oído? Se murió Gorostegui. Jo, me da pena. Precisamente estamos haciendo un trabajo sobre él en el instituto. Sus novelas son geniales.
- ¿Cómo? ¿Falleció Ignacio?
- Ay, Ignacio dices. ¡Qué confianzas! Como si lo conocieras.
- En realidad lo conocía.
- ¿De verdad? ¿A Ignacio Gorostegui? Abuela, eres una caja de sorpresas. ¿Cómo, cuándo? Cuéntame.
- Fue hace mucho tiempo, cuando él empezaba a publicar. Lo entrevisté en una feria del libro y después mantuvimos correspondencia por un tiempo.

Yolanda esbozó una suave sonrisa con ese recuerdo y se acomodó en él en silencio. Laura miraba a su abuela curiosa, queriendo leer su mente, preguntándose qué estaría evocando para que su rostro reflejara tal satisfacción y serenidad.

- Ya, abuela, cuéntame. ¿Fuisteis amigos?
- Llegamos a tener mucha confianza. Fuimos confidentes. Nos contábamos todo lo que se puede contar.
- Debiste de aprender mucho de él.

De nuevo se quedó pensativa; apenas unos segundos antes de responder.

- Sí, claro. De todo el mundo se aprende si sabes escuchar. Eso es lo primero que tienes que aprender: a escuchar.
- Ya, abuela, pero de él mucho más ¿no? A mi me parece un sabio.
- Yo lo recuerdo como un hombre con una sensibilidad desmedida y muy inseguro.
- ¿Inseguro? ¿Gorostegui? No te puedo creer.
- Laura, querida, los escritores son personas como tú y como yo, con sus sentimientos, con sus dolores, con sus miedos… como todos.
- Pero a él siempre se le veía un hombre fuerte y seguro de sí mismo.
- Hija, quienes se muestran más fuertes a menudo son los más débiles.
- ¿Y qué pasó? ¿Por qué dejasteis de escribiros?
- Bueno, luego empezó a irle bien, sus libros se agotaban en seguida, se hizo un nombre importante… No sé, la vida siguió su curso, la relación se fue diluyendo.
- ¿Y no te habló más?
- No me escribió más cartas, es cierto. Pero de los dos soy quien menos perdió, porque seguí sabiendo de él a través de sus novelas.

Laura no quiso preguntar más. Veía cómo las lágrimas asomaban a los ojos de su abuela y pensó que querría despedirse a solas.