Cuando lo vio al
regresar al salón no podía dar crédito a sus ojos. Apenas había estado ausente
unos minutos, los necesarios para cambiar su atuendo de mujer intelectual por
el pijama de felpa, los calcetines de lana virgen y sus gastadas zapatillas.
La conversación en
el taller de Literatura había sido muy interesante y estaba en su punto álgido
cuando la profesora dijo que se terminaba el tiempo. Decidieron continuar la
discusión fuera de clase y ella propuso ir a su casa, porque estaba cerca y
porque no podía permitirse pagar una consumición en ningún pub de la zona.
Era evidente que él
malinterpretó su invitación. En los pocos minutos que ella tardó en cambiarse
de ropa él se había quitado la suya. Ella lo encontró sentado,
desnudo, con las piernas cruzadas, los brazos extendidos a lo largo del
respaldo del sofá, un preservativo entre los dientes y una sonrisa lasciva en
los ojos que a ella le pareció patética.
- Pero, ¿qué haces?
- ¿Cómo qué hago?
Me dijiste que ibas a ponerte cómoda y que me preparara… ¿qué querías que
hiciera?
- ¿Que yo dije que
te prepararas? ¿Cuándo?
- Sí. Dijiste: “Voy
a ponerme cómoda. Prepárate”. No hay muchas formas de interpretar esas
palabras. ¿Qué querías que hiciera?
- Noooo. ¿Estás
loco? Te dije té. Prepara té.