Despierto y me
descubro pequeña, muy pequeña, minúscula. Y me sorprende la ausencia de miedo a
pesar de esta condición. Observo a mi alrededor, más bien miro hacia arriba
para ver todo lo que me rodea. El mundo está ahí, lejos, alto, grande, hermoso…,
disponible. No está físicamente a mi alcance, soy demasiado pequeña para llegar
a él, y sin embargo lo percibo accesible. Más que poco tiempo atrás.
La angustia no ha
venido hoy. Quizá haya hecho puente o esté enferma, el caso es que ni ha
venido, ni avisó. No la extraño. Sin ella por aquí me permito disfrutar de mi
pequeñez, de esta desconocida tranquilidad que me da la sensación de que mi
tamaño se debe a un estado de reflexión pausada para decidir qué quiero, a
dónde deseo ir, cuál es la próxima meta. Y también la sensación de que cuando
lo tenga claro, sólo tendré que crecer, crecer y crecer hasta alcanzarlo. Un
centímetro primero y otros después, paso a paso, observando y aprendiendo el
proceso para cuando tenga que volver a menguar para tomar un nuevo impulso.
Despierto, me
descubro pequeña y sonrío, porque reconozco una nueva emoción que nace de saber
que el control sobre mi misma me pertenece, aunque todavía ignore cómo usarlo.