No sé por qué,
escribí jerundio, con j. En realidad, escribí sólo jerun, porque lo encontré
demasiado delgado y paré para corregir. Cambié a la g: gerun, y lo reconocí
enseguida, porque el gerundio es gordito, lo llena todo en el momento. El único
tiempo sobre el que tenemos control, que nos pertenece, es el presente y no se
me ocurre nada más presente que el gerundio. Un siendo constante.
Eso da miedo.
Puesto que es el único tiempo, la única vida sobre la que tenemos el poder de
decidir. Y el deber también. Una gran responsabilidad que no siempre es fácil
asumir.
Entonces
disfrazamos los gerundios de participios, convirtiéndolos rápidamente en pasado
para no tener nada que hacer; o los disfrazamos de infinitivo, empezamos a
generalizar y diluimos la responsabilidad.
Pal
gerundio hay que echarle un par. Es
grande, es potente, y sobre todo es tentador.
Está claro, ¿cómo
voy a escribir jerundio? A fin de cuentas nuestro cuerpo no sólo habla de nosotros, es nosotros. Y nosotros somos sólo en el tiempo infinito que él
dure. No existimos sin cuerpo, por eso nos revelamos tanto en él. Por eso
importa cómo se escriben las palabras. Y cómo se dicen,
también.
Y, claro, cómo se
escuchan o se leen.