- Pero mujer, si su
marido no está.
- Mi marido siempre
está.
Sus conversaciones
siempre terminaban igual. A pesar de eso, Fernando no desistía. Una y otra vez
intentaba seducir a Beatriz. Y ella se dejaba, para finalmente cortar tajante
cualquier acercamiento de él recordándole su condición de mujer casada.
Fernando no era mal
parecido. Sus labios carnosos resultaban muy apetecibles, sobre todo porque de
ellos salían momentos muy agradables. Inteligencia y simpatía le sobraban.
Aunque más que conversaciones mantenían una lucha de desafíos, ambos
disfrutaban de esos instantes. Y los buscaban.
El roce hace el
cariño. Es normal querer convertir en hábito los momentos placenteros, por ello
tanto Fernando como Beatriz propiciaban encuentros fortuitos para que ningún
día pasara sin mirarse, oírse, disfrutarse.
Un día Fernando
permaneció toda la jornada en su despacho. Cuando se acercaba la hora de
partir, abandonaba la oficina serio, sin reparar en Beatriz. Ella lo siguió con
una mirada incrédula y casi implorante, y cuando él abría la puerta le gritó.
“Fernando”. Se giró, en silencio, cansado. Beatriz suspiró y sonrió:
- ¡Mi marido no
está!