domingo, 30 de diciembre de 2018

Mariposas


Fotografía: Giuseppe Milo


- Te amo.

Fernando abraza por la espalda su cuerpo todavía sudoroso y totalmente relajado para susurrarle a Laura esas dos palabras que ya dejaron de incomodarla.

- ¿Sabes? Cada vez que me dices que me amas siento algo dentro de mí. Es algo físico, como un viento que me recorre el estómago. No hablo de gases, sino del aleteo de mariposas…

Fernando sonríe con la aclaración de Laura, que suspira profundamente.

- Y me salen suspiros, porque el pecho se me aprieta y me falta el aire.
- Eso es porque también me amas.

La besa en la oreja y ella responde exponiendo su cuello a esos labios que la hacen sentir en la gloria.

- Qué delicioso es terminar el año contigo entre mis brazos.
- Cierto, se termina el año… ¿Con qué te quedas de él?
- Sabes que no me gusta hacer balances, inventarios, ni listas de propósitos.

Laura calla y piensa. En realidad, sabe muy poco de Fernando.

- Lo intuyo, amor, pero no lo sé. ¿Te das cuenta? Te has volcado tanto en ayudarme a aceptar y mostrar lo que siento, que no me cuentas qué sientes tú. Qué piensas, quién eres…
- Soy el que provoca ese aleteo de mariposas en tu estómago. ¿Qué más necesitas saber?

Laura cierra los ojos, sonríe y se acomoda en el abrazo de Fernando. Él le besa suavemente el cuello, acercándose a su oreja y muy bajito le susurra:

- De este año, sin dudarlo, me quedo contigo.

viernes, 28 de diciembre de 2018

Mar y fuego



Sabía que estaba viviendo algo especial, excepcional, cuando aquella noche veía el mar, nuestro mar, en llamas. Agua y fuego en comunión, en una lucha cargada de erotismo, el encuentro furtivo de dos amantes secretos condenados a no tocarse sin hacerse daño.

Sabía, más que saber sentía que ése era un momento cargado de magia. De la magia negra que se desparramaba como mancha de aceite para matar todo a su paso. De la magia blanca que pinta de belleza el paisaje más irreal y regala un para qué a cada enigma que no encuentra respuestas para sus porqués.

Sabía, y sentía… y sin embargo no logré ni intuir que ese instante también nos tocaba. Nos prendía el fuego y nos tatuaba la llama que habría de definirnos para siempre, al tiempo que nos inundaba del agua precisa para apagar a tiempo cada incendio.

Era una noche de invierno, fría y lluviosa. Era una noche tempestuosa, el vaticinio de cómo habría de vivir lo que allí naciera. Y ni lo intuí. Sólo me entregué a la magia de ese momento especial, excepcional. Y decreté que así habría de vivir lo que allí naciera.

Fuego y mar.
Eterno y fugaz. 
Vida y muerte.
Guerra y paz.

Sabía… sentía que estaba viviendo algo especial.

miércoles, 26 de diciembre de 2018

Tiemblo




Tiemblo
al sentir que podría amarte
la vida entera
si no fuésemos sólo
la ilusión de dos almas
condenadas al frío
de los sueños perdidos

lunes, 24 de diciembre de 2018

Hundirme en sus brazos



Recuerdo a mamá fumando. Es la primera imagen que me llega de ella. O durmiendo, cuando íbamos a despedirnos con un beso antes de salir al colegio. O trabajando frente a su computador. O saliendo cuando nos íbamos a la cama porque tenía reunión con sus alumnos (mamá hablaba mucho de sus alumnos y su trabajo), o reunión de estudio de algunos de los muchos cursos que hacía. 

Recuerdo a mamá seria, incluso de mal humor. Come. Toma la leche. Haz las tareas. A la cama… ¿Por qué esperáis a que grite para hacerme caso? ¿Por qué no me hacéis caso a la primera. A la tercera, incluso a la quinta? Se le pasaba pronto, sí, pero era muy seria.

Y como más me gusta recordar a mamá es cuando nos enfermábamos en la noche, o despertábamos de una pesadilla. Recuerdo hundirme en sus brazos, abrazada por su cuerpo. Yo cerraba los ojos y sentía sus caricias, su mano recorriendo mi cara, mi pelo, deteniéndose en mi mejilla… Recuerdo que no aguantaba sin abrir los ojos, y siempre me encontraba con los suyos, mirándome sonriente. Y la escuchaba decirme “te amo”. Recuerdo también que había lágrimas en sus ojos. Y yo volvía a cerrar los míos dejándome mecer, mimar, querer… hasta que me quedaba dormida.

sábado, 22 de diciembre de 2018

La erótica del poder



José González tiene carisma, (un carisma peculiar), a pesar del cual nunca logró satisfacer sus aspiraciones políticas. Perdió todas las elecciones a delegado de clase, los representantes de los movimientos estudiantiles lo evitaban cuando coincidían por el campus, en el trabajo nunca pasó de jefe de sección, y el único poder que ostentó fue el de la paciencia. 

Llegó a tener carné de aquel nuevo partido supuestamente de centro que irrumpía en la escena política y necesitaba afiliados. En cuanto se demoró dos días en el pago de la cuota la ejecutiva local aprovechó para darlo de baja. La expulsión coincidió con su cambio de domicilio, así que el ánimo de José no estaba en su mejor momento.

Maruja intuyó lo que se venía en cuanto ocuparon el nuevo piso en aquel superpoblado edificio del centro. Tras la primera junta de vecinos a la que asistieron, José le dio el mejor sexo que nunca hubieran tenido. “Debe ser la erótica del poder”. Con ese pensamiento a cuestas ella misma contribuyó a alimentar el hambre de poder de José. Fue el siguiente presidente de la comunidad.

Vagamente recordaba cómo se enamoró de la ambición de José. Necesitaba hacerlo para ponerle algo de amor a esa sesión de precalentamiento que pronto se convertía en una mezcla de clase de educación física y de teatro.

- Ahora, Maruja.
- ¿Ya?
- Sí, sí, sí… Yaaa. No puedo esperar.
Maruja suspiraba resignada, porque otra noche le tocaría acumular las ganas, o desahogarse a solas; pero era peor aguantarlo después si no se corría a gusto. Y fingió una vez más:
- Váyase, señor González. Váyase.

Inmediatamente después, Maruja soportaba en su cuerpo el peso como muerto de José mientras pensaba: “La erótica está muy cerca de la perversión. ¿O será que el poder corrompe?”. 

jueves, 20 de diciembre de 2018

Ejemplo


Fotografía: Rodney Smith


¿Por qué me corriges? Tú lo haces así.

- ¿Y tú qué quieres?…, ¿aprender cómo se hace o como yo lo hago?

- Se supone, si eres mi maestra, que debieras dar ejemplo.

- Ésa es tu visión. Y la acepto. ¿Quieres que sea ejemplo? Soy ejemplo de que en esta profesión estamos siempre aprendiendo, que casi nunca o nunca hacemos todo perfecto. Tampoco creo que exista lo perfecto, y de existir, tal vez no consista en hacerlo todo como se debe. En esta profesión, quienes somos se refleja en lo que hacemos, vamos tropezando con nuestros obstáculos, apoyándonos en nuestras heridas y  brillando con nuestros dones. Esto es lo que lo convierte en un arte. No busques la absoluta corrección en la pasión. Y ahora dime, ¿quieres aprender mis dones y mis carencias, o quieres aprender cómo se hace para que luego tú le pongas los tuyos, tu sello, tu arte?

martes, 18 de diciembre de 2018

Las que me habitan



Ya no puedo esconderme. Y creo que ni quiero. 
No importa el nombre que adopten, en qué historia se involucren o la suerte que tengan.
Todas son mujeres que me habitan.
Y ellos, y lo sabes, son los hombres que te habitan.

Soy Laura, la que se muere por que desees saber todo de ella y amarla tal cual es, y encuentra en ti la escucha, la búsqueda, la ternura y el cobijo; Soy Alicia, que se muere de a poco viendo cómo el otoño avanza inexorable hacia el invierno de su vida y encuentra en ti el sueño de los brotes de primavera; Soy Susana, resuelta y juguetona, puro verano, que se muere por que leas sus pensamientos y te reconozcas en ellos, y encuentra en ti un espejo de sus miedos y sus anhelos.
Todas son mujeres que me habitan.
Y en ti, lo sabes, habitan todos sus hombres.

domingo, 16 de diciembre de 2018

De verdad


Fotografía: Vlad Artazov

- Yo te quiero. Te quiero de verdad, así, bien de adentro. Lo sabes, ¿verdad? No tengo ninguna duda. Te quiero porque siento paz cuando hablamos; el tiempo se pasa volando, tanto que ni me entero. Te quiero porque el silencio contigo no sólo es cómodo, también es placentero. Te quiero porque percibo, y lo permites, que te sientes igual. Te quiero porque siempre me despido con una sonrisa, la misma que aparece en cuanto sé que vamos a encontrarnos. Te quiero, lo sé, porque me descubro buscándote, saliendo al encuentro casual. Y te encuentro, claro, también buscándome al azar. Te quiero porque en cada reencuentro borramos de un plumazo el aparente olvido, el tiempo y la distancia, como si ni el aire pudiera interponerse. Te quiero de verdad, así, bien de adentro, porque comprendes que no puedo prometerte constancia, no puedo prometerte ser previsible, no puedo prometerte ser quien esperas. Ya sabes: “hoy te quiero para siempre, mañana vuelve a preguntarme”. Te quiero porque comprendes que en realidad no puedo prometerte nada salvo quererte así.

Fernando mira a Laura atónito con su confesión. Ella está aprendiendo a compartir lo que siente, así que en cuanto empieza a hablar, él escucha sin interrumpirla. Está tan asombrado que ahora él es incapaz de expresar sus sentimientos.

Yo… Yo también.

sábado, 15 de diciembre de 2018

Contar estrellas


"Noche estrellada sobre el Ródano", de Vincent Van Gogh

Buenos días, señor. Disculpe que le moleste. Sé que no nos conocemos, pero hay algo que creo que debe saber.

Dicen que si cuentas tantas estrellas como años tienes, esa noche sueñas con el verdadero amor de tu vida.

Ayer hice la prueba. Y soñé con usted.

jueves, 13 de diciembre de 2018

El llanto que me arrasa


Fotografía: Jorge Manjón Bernal

El destino me sirvió 
la gota que colmó el ojo.

El llanto que me arrasa,
que me toma, me desgarra
tiene nombre y tiene rostro,
y el vacío de tus cuencas.
Tu cadáver me sonríe,
me hace muecas que no entiendo.
¿Eres la vida?
¿Eres la muerte?
¿Eres el vacío que me posee?
Me has hecho un hijo que nacerá muerto,
me has hecho un sueño que no despierta,
me has hecho bella,
me has hecho monstruo,
me has hecho rayo de Luna,
el silbido del viento,
me has hecho todo lo que quise
hasta que no supe parar.
No quise parar.
Me he hecho añicos,
mil guijarros erosionados 
por este llanto sin consuelo,
por este pecho adolorido,
el desgarro en las entrañas.
Extiendo mi mano buscando tu roce,
te traspaso, incorpóreo.
Te he convertido en fantasma,
te he condenado a mi lado,
te he elegido como ariete
para derribar mi soledad.
Ahora este llanto que me arrasa,
que me toma, que me desgarra,
se aferra a tu estela,
a tu recuerdo, a tu sombra
que se escurre y desdibuja.
Y tu presencia deseada
se desvanece, se convierte
en este llanto que me arrasa,
que me toma, me desgarra.

martes, 11 de diciembre de 2018

Señales (equívocas)



- Nosotros ya nos habíamos conocido.

Fernando se sorprende con el comentario de Laura. Se había fijado en ella desde el primer día que la vio en aquel ascensor. Recordaría si la hubiera visto antes.

- ¿No lo recuerdas?

- No. Y me cuesta creerlo. Seguro te estás confundiendo.

- Nunca lo he olvidado. Coincidimos en una fiesta. Yo estaba en una esquina de la sala. No me gustaba mucho relacionarme con los demás. Y tú estabas en el otro extremo. Ahora entiendo que porque tampoco te gusta la gente. No podía quitarte la vista de encima. Y varias veces se cruzaron nuestras miradas. Yo no dejé de enviarte señales. Te sonreía, con los ojos te pedía que vinieras, te invitaba a mi cama y a mi vida. Tú también me sonreíste. Ese juego duró buena parte de la velada. De repente lanzaste un beso y, como si estuvieras unido a él por un hilo invisible, empezaste a caminar siguiendo su trayectoria. Mi corazón quería arrancarse volando de mi pecho para salir a tu encuentro. Con cada paso que daban tus piernas las mías me sostenían menos. Estaba a punto de desplomarme en tus brazos cuando pasaste a mi lado y continuaste el camino. Te seguí con la mirada y te vi besando a la mujer que estaba detrás de mí. Era un beso con familiaridad, con el que reconocíais espacios ya saboreados. Mi corazón cayó en picado y volvió al pecho. Se encogió, se arrinconó y enmudeció.

Laura calla, entristecida. Fernando se siente incómodo. No recuerda esa escena, y tampoco puede negarla.

- Insisto en que te confundes. Amor, no podría pasar a tu lado sin quedarme ahí para siempre.

domingo, 9 de diciembre de 2018

El roce de tus labios



Paso despacio, para besarte mientras duermes y traerte un bello sueño. 
Es un beso tierno, en la frente. 
Shhhh, duerme tranquilo. Yo velaré. 
Me posee el deseo y aprovecho la cercanía para rozar tus labios. 
Me detengo en ese roce, me instalo y lo amueblo. 
Te respiro. 
Se te escapa un suspiro y me posees con él. 
Recorres por dentro mi cuerpo 
y vuelves a salir en un ay que me delata. 
Me sobresalto. Casi huyo. 
Tu mano ya despierta me detiene. 
Me ofreces un lado de tu lecho. 
Y juntos soñamos y nos vestimos con besos. 

jueves, 6 de diciembre de 2018

Gracias



- Gracias.
- ¿Por qué?
- Por darme espacio para ser. 
Él la besó en la frente.
- Yo no he hecho nada, ni podría. Tú eres quien debe darse el espacio para ser.

Fue Laura quien rompió el silencio, ése que se instala cuando dos cuerpos acaban de decirse todo lo que puede decirse a alguien a quien amas, cuando llega la pausa necesaria para que las emociones plieguen sus alas y tomen tierra, cuerpo y alma. Laura rompió el silencio, pero su voz no sonó a interrupción.

Fernando se había acostumbrado a que eran esos espacios de silencio en los que Laura contaba más, se abría más, se mostraba y entregaba más. Y él se aseguraba de estar presente siempre que ella necesitaba compartirle otro jirón de su esencia. La escuchaba, la abrazaba y callaba. Se guardaba sus propios anhelos. Esta vez decidió hablar:

- Gracias.
- ¿Por qué?
- Por darme un espacio en que soñar.
Ella sonrió.
- Yo no he hecho nada, ni podría. Tú eres quien debe darse el espacio para soñar.

El silencio habría regresado si no lo hubieran llenado un suspiro compartido y los latidos de sus corazones al recibir y acoger un sentimiento nuevo.

martes, 4 de diciembre de 2018

El erizo



Hoy ando contenta. A pesar de que hoy me he dado cuenta, una vez más, que he sido un erizo casi toda mi vida. Probablemente aún lo soy. Y el probablemente lo escribo sólo por hacerme un cariño, un mimo.

Me contaba una persona a la que quiero mucho que tiene un cuento que se llama “El erizo que daba abrazos”… y descubro que en eso me he convertido en este camino, ni corto ni exento de actividad sísmica, de autodescubrimiento. 

Aprendí a dar y recibir abrazos. Una vez un colega me dijo que soy una profesional del abrazo, que apetece quedarse en él. Otra vez, un joven desconocido se resistió a separarse aferrándose a mi abrazo, supongo yo que imaginando en mí a su madre.

Creo que sí soy buena abrazando, porque cuando lo hago lo siento, lo respiro, lo habito. Me lleno en un abrazo, me recargo en esa conexión que me recuerda que soy humana, soy persona y soy mujer, que estoy viva. No finjo ni necesito hacerlo. Hay algo que ocurre entre dos personas abrazándose que va más allá de las palabras, entrego y recibo a la vez como si un hilo con forma de infinito hiciera circular la energía entre ambos cuerpos.

Y, aunque dé ricos abrazos, soy un erizo. Un puto erizo. Aprendí a sentir intensamente, pero en secreto. Me engañé con discursos de libertad, de respeto al otro y a mí misma, de timidez, de la más castigadora de las insuficiencias… cualquiera que justificara mi silencio, y me encerré.

Haré caer mis barreras para dejar tocarme el alma. Lo declaré hace ya tres años. Ilusa, creí que con decirlo bastaba. Y era sólo el primer paso. A partir de ahí, lógicamente, lo primero era reconocer las barreras y empecé sin ser consciente que eso implica mirarme de frente, ser mi propio espejo, y observar mis movimientos. Mis movimientos de erizo.

El azar (¿será azar?) me fue confrontando con el pasado que dibujé y también con el que hubiera podido crear… si no hubiera callado. Me fue confrontando con algunas víctimas que fui dejando en el trayecto y revelándome a mí misma como víctima. Y con la estela de mi forma de vivir, de relacionarme.

Cuando me sentía entregada, insegura y tierna me percibían como distante, segura, dominando la situación. ¿Dominando? Cómo, si temía rasgarme por dentro en cualquier momento. Y seguramente por ese mismo miedo me disfrazaba de erizo. De puto erizo.

Ahora ya lo sé. Soy un erizo. Y debo aprender a no serlo, debo arrancarme el disfraz aunque ya esté pegado a la piel; aunque ya sea la piel.

Aquí dejo el primer jirón.

domingo, 2 de diciembre de 2018

Quizás mañana


Fotografía: Falsaria

- Quizás mañana
- Ya. Te duele la cabeza, ¿no?
- No, no es eso.
- Mira cómo estoy. No me dejes así.
- En serio, no puedo. No insistas.
- Venga, cariño. Sabes cuánto me gustas y cómo me pones…
- Ya sé. Ya sé. Cada cosa que hago emana una pulsión de sensualidad y bla, bla, bla
- Todo lo que te digo es verdad.
- Te creo. Mejor dicho, creo que así lo sientes, pero no me siento sensual. Ni bonita. Ya no…
- ¿De qué hablas?
- Me estoy poniendo mayor, gorda, flácida… No soporto verme desnuda.
- ¿Qué dices, tonta? Estás cómo siempre. No, mejor. Estás tan bella como siempre y más sabia.
- ¡Tú quedaste anclado al pasado! Y hace ya tantos años del pasado…  
- Venga, que hoy es tu cumpleaños. Celebrémoslo.

Las manos de Francisco eran más elocuentes que sus palabras. Ellas convencieron a Alicia. Mejor dicho, la derritieron. Y de nuevo, por un rato, ella volvió a sentirse bonita y sensual.

viernes, 30 de noviembre de 2018

Tijeras



Hacía años que no regresaba a la casa. Ni pensaba hacerlo, pero sus hermanos le pidieron que los ayudara a vaciarla para poder venderla. La crisis no respeta los recuerdos. El tiempo tampoco.

La maleza jugaba a esconder el camino de entrada, y ella interpretó que no sería fácil sumergirse en el pasado. Sobre todo porque había salido de él abruptamente, justo después del funeral. Era la primera vez que estaría en esa casa sin la presencia de su madre, y sentía miedo, miedo a derrumbarse, como si habitase un edificio sin cimientos. 

Sintió que le faltaba el aire al traspasar la puerta, y con el poco que lograba inhalar aspiraba el olor del olvido, del vacío y del abandono. Las lágrimas le empañaban la mirada, y se desplazaba por el pasillo guiada más por la memoria que por la vista.

Al pasar por delante de la habitación de invitados sintió el impulso de entrar, como cuando llegaba del colegio y corría a dar un beso a su madre siempre ocupada en la máquina de coser o cortando patrones en la mesa camilla.

Ahora el cuarto estaba casi vacío porque su cuñada había pedido llevarse el dormitorio cuando se cambiaron a la casa grande. Era difícil de reconocer, y no lo habría hecho de no ser por la mesa camilla y el mueble de la máquina de coser, probablemente oxidada y recogida desde que su madre sufrió el infarto mientras hilvanaba el que sería su traje de novia. 

Y sobre la mesa, brillando como siempre, como recién usadas y afiladas, las tijeras de su madre. Las tomó y al tocarlas supo que serían el único objeto de la casa que guardaría, para no olvidar jamás que un solo momento puede cortar una vida, los sueños y la historia.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

¿Bailamos?


Fotografía: Ciryl Lookin

- Te gusta bailar, eh?

- Calla, siéntate aquí, a mi lado. Y mira, la Luna todavía está redonda, alumbrándonos, como tantas otras noches cuando tú abandonas tus sueños. Servirá de foco, tú permanece en el palco y déjame mostrarte. Déjame mostrarme. Sí, me gusta bailar. Bailar contigo y para ti, en esta danza suave y sinuosa que a ratos tarareamos. Me gusta bailar porque ante ti puedo ser, soltar las cadenas de lo adecuado, lo preciso y lo oportuno, pensar en voz alta y elegir libremente los movimientos de mi cuerpo. Me gusta bailar porque en cada paso resucito a la niña que aprendía a bailar, aprendía a vivir reconociendo y enfrentando los miedos, los celos y la inseguridad. Me gusta bailar porque despiertas mi sensualidad, el deseo dormido que empieza a desperezarse y en tus besos busca tus ganas, tu sonrisa y tu poesía. Me gusta bailar contigo porque es cuando aparece la vida, hermosa y provocativa, susurrándonos una suave canción.

- ¿Qué más te gusta hacer?

lunes, 26 de noviembre de 2018

El momento


Fotografía: Rodney Smith

Siempre esperaba su momento. El momento preciso, ése que reunía las circunstancias necesarias para asegurar el logro de sus sueños, el triunfo de sus dones por encima de cualquier adversidad.

No hacía nada si no consideraba que era el momento adecuado para ello. Hasta sentir garantizado que el riesgo (¿el riesgo?) valía la pena, que minimizaba absolutamente los contratiempos.

Cuando le pedían algo, evadía el compromiso con respuestas como “en el momento oportuno”, “quizás en otro momento” o “en este momento no puedo”, sin darse cuenta de que fue dejando de ser una posibilidad, una opción para los demás.

Esperando el momento preciso, adecuado, oportuno se le fue pasando la vida sin haber disfrutado ni un solo momento.

Y fue al enfrentar su último momento que descubrió que no existe el momento perfecto.

viernes, 23 de noviembre de 2018

Helado




- ¿Quieres un helado? 
- No, gracias... 

Un silencio casi incómodo complementaba cada respuesta.

- ¿Tú quieres que me coma uno? 

Al ver su sonrisa pícara, casi erótica, dejó volar su imaginación. También sus límites. Y desafiante le preguntó:

- ¿Lo harías sólo porque yo lo quiera? 
- Sí. Te provoca, ¿verdad? Debe de ser la erótica del poder. 

Susana se adelanta unos pasos para comprarse un helado. Le da un lengüetazo sin apartar la mirada de Martín, que la observa congelado. Y se ríe.

- ¿Quieres jugar?

miércoles, 21 de noviembre de 2018

No lucharé



No lucharé por ti porque no entiendo nuestra relación como una guerra en la que deba librar batallas contra rivales que lucen certificados de posesión como estandarte. No lucharé porque no quiero acercarme a ti caminando por territorios minados con carteles de propiedad privada. No lucharé por ti porque no pretendo poseerte y lucirte como un trofeo.

Lo que quiero es convertirme en el remanso discreto y silencioso al que acudas para descansar, una compañera de baile con la que danzar un bolero, un tango, un rock… el ritmo que nuestro ánimo marque. Quisiera ser tu puerto seguro, en el que abrigarte en la tormenta y al que regresar tras cada travesía que se te antoje cuando el mar se calme.

Lo que quiero es seguir bebiendo la ilusión en tus palabras, echarme a tu lado, sin permiso ni justificaciones, por el mero placer de acompañarnos, continuar mostrándonos sin exigencias ni reclamos.

No lucharé por ti. Y tampoco renuncio. Sólo soy y estoy, bajo la luz de la Luna, con el alma desnuda y el deseo jugando. 

Ven y hazme la noche.

lunes, 19 de noviembre de 2018

La carta



Camina lento, como si no quisiera llegar a su destino. Y al mismo tiempo, no es capaz de detenerse y mucho menos dar la media vuelta. En cada paso se produce una batalla entre su mente y su corazón, entre la razón y la pasión. El miedo tiñe los argumentos de la primera, mientras que son la rabia aliada con la esperanza las que dictan la defensa de la segunda.

En su mano lleva la carta, el salvoconducto para su futuro, una declaración que lleva años escrita, años queriendo ver la luz, años guardada en un cajón, quemándole la piel cada vez que la tomaba, esperando el momento de convertirse en realidad. No quiso llevarla en el bolsillo. La sostiene en su mano temblorosa, pero firme, y lo hace porque así se siente más valiente, sabiendo que el verdadero acto de coraje será depositarla en el buzón.

Casi se arrepiente justo después de soltarla. Sabe que ya no hay vuelta atrás, que con ese simple gesto acaba de tomar la decisión más difícil de su vida, y también la más deseada, meditada y postergada. 


Patricia abre con ansiedad la carta de Pedro. Tras cuatro días sin saber de él, le sorprendió encontrarla en el buzón. Se desmorona en cuanto empieza a leer:

Querida
Lamento no atreverme a decirte esto en persona.
Ya no te amo y me cansé de mantener esta mentira.
Debo irme antes de morir de pena, de vergüenza, del vacío en que se convirtió nuestra convivencia.
Intenta rehacer tu vida.
Me voy a averiguar si aún queda alguna posibilidad de sentirme vivo.
Perdóname por haberte robado todos estos años.
Gracias por fingir conmigo que nos soportábamos.
Pedro

sábado, 17 de noviembre de 2018

Frágil


Fotografía: Benoit Courti


Mi madre diría de nosotros que se juntaron un roto con un descosido, o el hambre con las ganas de comer. No le falta razón. En nuestra fingida fuerza habita la esencia de lo frágil, la debilidad disfrazada de dureza que no resiste el embate de los vientos de emociones que no nos atrevemos a reconocer. La más leve brisa contrae el músculo vital y aparentamos indiferencia conteniendo la respiración para disimular el suspiro que nos provocamos.

Así pasamos los días, con conversaciones superficiales que encubren nuestra primera necesidad: dejar de sentir esta soledad que nos socava, este frío del alma que quisiéramos abrigar con caricias que nunca tendremos porque las negamos, y helados nos vamos sumiendo en esta melancolía que inexorable va ganando terreno.

A ratos intuimos, casi descubrimos, una fuerza arrebatadora al compartirnos vulnerables. Un destello de Luna, la calidez de un rayo de Sol, la dulzura de un verso, la embriaguez de pensarte… instantes tan envolventes como efímeros, que esquivamos para regresar a la fragilidad de nuestra fingida indiferencia.  

jueves, 15 de noviembre de 2018

El abuelo



Tenía una edad indefinida, diría que entre 30 y 40. Podría ser más, bien conservado, o menos pero muy vividos. Ocupaba junto al anciano una mesa medio escondida detrás de la ancha columna del restaurante. Vestía una camiseta color verde militar, unos pantalones chinos beige, calcetines de colores y zapatillas oscuras. Un aspecto desenfadado, medio descuidado.

El anciano estaba bien sentado frente a la mesa. Él, de medio lado, lo que le permitía atender al viejo. Me conmovió ver cómo tomaba la servilleta para limpiarle cuidadosamente la comisura de los labios, cómo le ayudaba a comer preparando el tenedor y animando al abuelo a llevárselo sólo a la boca, no sin esfuerzo. Para beber era él quien le acercaba y sostenía el vaso.

Consideré tierna la escena, a pesar de que sólo le vi sonreír cuando le ayudó a levantarse y lo tomó del brazo para irse caminando lentamente. Paciencia sí que demostró, ni una mala cara en todo ese rato, escuchándolo atentamente y limpiándolo de nuevo como si fuese un bebé.



- Abuelo, ¿dónde está el dinero que tenías en la mesilla de noche?
- Se lo di a Jorge. Lo necesita para un proyecto nuevo.
- ¿Para un proyecto nuevo? ¿Le sigues creyendo? ¿Cuándo lo has visto? 
- Ayer me invitó a cenar.
- ¿De nuevo has salido con él? Seguro que tú pagaste. No aprendes, abuelo. ¿No ves que Jorge sólo te quiere para sacarte el dinero?

El abuelo se va achicando en la silla, como un perro amenazado con una zapatilla. No se atreve a responder a su nieta. Entre lágrimas, sólo alcanza a murmurar.

- ¿Para qué quiero el dinero? No me lo voy a llevar a la tumba… Y al menos él me trata con cariño.

martes, 13 de noviembre de 2018

No busco, encuentro


Fotografía: "Lips", de Jan Saudek

La encuentra en el pasillo y la acorrala apoyando la mano en la pared por encima de su hombro. Ella lo mira totalmente sorprendida.

Tú me sigues.
¿Qué dices?

Es cierto que sus miradas se encontraron a menudo durante toda la velada. Es cierto que ella siempre reaccionaba con una sonrisa o un guiño. Él llegó a imaginar incluso algún beso al aire.

- Confieso que me alegra la vida encontrarte, pero no te busco... Y en cualquier caso, no tendría que buscar mucho para encontrarte.

El no la escucha. Toda la atención se centra en sus labios.

sábado, 10 de noviembre de 2018

Agua


Fotografía: Mikko Lagerstedt


- Ven. Mira. Pon ahí un dedo… ¿Qué le pasa al agua cuando la tocas con tu dedo? ¿Permanece acaso inalterable? Tu contacto crea un efecto en ella, no pasa desapercibido. ¿Lo ves? Hay un movimiento, hay una respuesta, hay un acuse de recibo. El agua te dice que siente tu contacto y reacciona a él. 

- Ya veo. ¿Y?

- El agua se deja tocar. Y ¿acaso pierde su esencia por ello? ¿Es menos fuerte? 

- No entiendo qué intentas decirme. 

- ¡¡El 70% de nuestro cuerpo es agua!!

- Bueno, ¿y qué? En serio, no te entiendo. ¿A dónde quieres llegar?

- Quiero que seas agua. Necesito que abras las compuertas. Ver qué te pasa cuando te acaricio, cuando te hablo, cuando te acompaño. Ya no quiero seguir chocando contra las barreras de tus miedos. 

Él sintió la humedad en sus ojos, pero pudo contenerse. Era muy hábil escondiendo sus emociones. En realidad, era lo único que sabía hacer con ellas. 

miércoles, 7 de noviembre de 2018

Dedicatoria



Paseaba por la feria del libro cuando te vi. No sabía que estaba programada tu presencia, así que la sorpresa me descolocó y comencé a actuar como una adolescente frente a su artista favorito. 

Más como una fan que como una devota lectora, tomé un ejemplar de tu última novela y me puse a la cola para que me la firmaras. Era sólo un pretexto para manifestarte mi admiración. Estaba tan nerviosa, que cuando llegó mi turno te conté atropelladamente que me encanta todo lo que escribes, que estoy atenta a tus publicaciones para hacerme con ellas en cuanto aparecen y las devoro. Que siento que te conozco de toda la vida y que con tus textos me queda la sensación de que me hayas leído el pensamiento. 

Tú me regalaste una breve mirada, una sonrisa social y me ofreciste de vuelta el libro. Se habían acabado mis apenas quince segundos y los empleados de la editorial me lo hicieron saber invitándome sutilmente a seguir mi camino.

Cuando miré tu dedicatoria, me reí. “Quizás te lo he leído” y luego un garabato que apenas se parece a tu nombre. Esa fue la primera vez que te vi.

Unos días más tarde, cuando llegué a la celebración del aniversario del diario en el que trabajaba, te vi por segunda vez. Conversabas animadamente con un grupo de personas, ajeno a lo que ocurría a tu alrededor. Parecías el alma de la fiesta. Yo me había quedado en un rincón próximo a la barra. Estaba ahí para hacer la crónica del evento que se publicaría en el suplemento dominical, y no tenía muchas ganas de socializar. Mirarte me pareció el mejor entretenimiento posible.

Distraídamente, dirigiste la mirada hacia donde yo estaba y me descubriste observándote. Al instante recordé tu dedicatoria, y quise ponerte a prueba. En esta ocasión, sí sostuviste el contacto con mis ojos, y de pronto observé que te sonrojabas. Sentí tu incomodidad y cómo dejaste de escuchar a quienes te acompañaban.

Terminaste tu copa de un trago, dijiste algo al hombre que estaba a tu derecha y comenzaste a caminar hacia la barra. Al llegar junto a mí, me encaraste: 

- ¿Cómo se te ocurren esas cosas, mujer? 

Por fin conocía tu sonrisa más genuina, y en el guiño encontré complicidad. No cabía duda de que efectivamente podías leerme.

- Como ya sabes lo que pienso, ¿qué te parece si lo cumplimos?