lunes, 29 de octubre de 2018

Luna llena


Imagen: Chiaracham08

Cada mes esperaba ansiosa la Luna llena. Salía en la noche a caminar por el bosque que rodeaba su casa. Disfrutaba ver las siluetas de los árboles perfilados en esa claridad nocturna, las formas que dibujaban sus ramas. Creía escuchar mensajes en ellas y sentía cómo se llenaba de energía para el resto del ciclo.

Ella decía que iba a darse un baño de Luna, y no regresaba hasta que el amanecer asomaba. Lo hacía desde la adolescencia, desde que descubrió su obsesión por ese astro blanco que velaba sus sueños. No podía imaginar su existencia sin saberla ahí, en el cielo, vigilante, paciente y tierna.

Esa noche, a mitad del paseo, se hizo de repente la oscuridad absoluta. Por más que buscaba, no encontraba rastro de la Luna. Desesperada, comenzó a correr por el bosque. Cayó al tropezarse con una raíz, su rostro y brazos se llenaron de sangre al ser incapaz de esquivar las ramas. Sintió que le faltaba el aire y como pudo, a tientas, regresó a casa herida y desesperada.

Le sorprendió ver la claridad que rebosaba por las ventanas. No entendía qué estaba ocurriendo, en qué terrible cuento había entrado. Y al abrir la puerta lo encontró, quieto, sonriente y esperanzado:

-Te dije que haría cualquier cosa por ti. Para demostrártelo, te traje la Luna.

Laura se derrumbó y cayó sobre sus rodillas, con lágrimas inundando sus ojos y los puños apretados:

-Vete. No has entendido nada.

sábado, 27 de octubre de 2018

Salud



Ni lo pensó cuando lo invitó a tomar una copa. Apenas habían intercambiado un par de saludos en los meses que llevaban coincidiendo en el ascensor, a diario, a la misma hora, para ir a distintos pisos. Fernando se bajaba antes. Laura seguía hasta el ático.

Él solía ir distraído, o concentrado, en su teléfono móvil. Ella prefería observar a las personas que subían, intentando adivinar a dónde iban. Casi siempre acertaba. En el segundo piso había varias consultas de dentistas, en el cuarto predominaban los despachos de abogados, en el séptimo trabajaban tres psicólogos, dos psiquiatras y una tarotista.

Fernando bajaba siempre en el octavo. Toda la planta era ocupada por un gran estudio de arquitectos, el mismo que había diseñado el edificio que moría cada noche para resucitar a primera hora de la mañana con el ajetreo de los empleados y los clientes de tan dispares profesiones.

En un par de ocasiones pudieron cruzar sus miradas. Por breves instantes, porque él rápidamente la desviaba para buscar su móvil en el bolsillo de la chaqueta o en el maletín de cuero que acostumbraba a llevar lleno de papeles. A Laura esos breves segundos le habían parecido minutos, y creía haber recibido en ellos insinuaciones que no estaba dispuesta a ignorar. 

- ¿Te apetece un trago? Te invito a mi ático.

Ese día Fernando entró al ascensor con las manos vacías. Se saludaron y Laura sólo alcanzó a pensar que a la tercera va la vencida antes de abrir la boca para invitarlo. Percibió la sorpresa de él, a pesar de que la disimuló para asentir, mostrando su sonrisa por primera vez.

El ático tenía una vista increíble de la ciudad, que él sólo disfrutó mientras ella fue a buscar los tragos. En cuanto Laura regresó, extendiendo su brazo para ofrecerle una copa, Fernando ya no pudo apartar los ojos de su torso desnudo.

- Salud

No pronunciaron otra palabra hasta un par de horas después.

jueves, 25 de octubre de 2018

La primera lágrima


Fotografía: Mzayat


Fernando se despegó del cuerpo de Laura, quedó tendido a su lado, casi pegado, y le susurró al oído:

- Ya tengo ganas otra vez.
- Descansemos un poco. Al menos el tiempo de un cigarrillo.

Laura se escurrió hacia el borde de la cama, y huía así del abrazo de Fernando, aparentando buscar en la mesilla el paquete de cigarrillos. Con la primera bocanada de humo, con la mirada perdida, se preguntó por qué de nuevo se sentía incómoda en la intimidad que sucede al placer.

Al principio de la relación era más fácil. Siempre encontraba una excusa para irse corriendo a su casa. Entre el último orgasmo y el momento en que salía por la puerta transcurrían apenas siete minutos. Pasado un tiempo de relación ya no halló argumentos para no quedarse a dormir, y empezó a fumar cuando decidieron ir a vivir juntos.

Sumida en sus pensamientos, sintió la mano de Fernando subiendo por su muslo, siguiendo el rastro de humedad que recordaba que pocos minutos antes no había ni un milímetro de espacio entre sus cuerpos.

Para. Te dije que descansemos un poco.
Sólo te estoy acariciando la pierna.
- Sabes que no me gusta que lo hagas. Necesito un momento para recuperar el aire.
- Y yo necesito tocar tu cuerpo, ya que no me dejas tocarte el alma.

Laura acusó el golpe y permitió que la lágrima que asomaba a sus ojos corriera por su mejilla. La primera que Fernando veía.

lunes, 22 de octubre de 2018

No agites las aguas


Fotografía: Silvia Grav

Me acusas de ahogarme en un vaso de agua, y yo me siento como una sirena, respirando mejor en la fuerte marejada en que se ha convertido este sinvivir que en la calma de la orilla que apenas recordamos.

Me acusas de ahogarme en un vaso de agua, y apenas logro asomar la cabeza para tomar aire, lastrada por el peso de tus reproches, de tu rendición, de tu manía de aferrarte a mi cuerpo para lograr vislumbrar la luz del sol, que ni te abriga ni te despierta.

Me acusas de ahogarme en un vaso de agua, y yo sólo intento decirte que relajes el movimiento, que no agites más las aguas, que probemos un tiempo el mar sereno de la indiferencia, ésa en la que ya sabemos movernos sin necesidad de pensar cada paso.

sábado, 20 de octubre de 2018

Me confieso


Fotografía: Sarah Lawrie

Me confieso ante ti del pecado de buscarte, de hallar en tus palabras la paz de la mañana, en tus besos la fuerza que aviva mis sueños y en tu risa la alegría de iniciar un nuevo día.

Me redimo con la penitencia de tu alevoso silencio, de tus esquivas respuestas a mi locura inconsciente, de tu juego intermitente, osado y reprimido.

Y cada noche, con la inocencia renacida, vuelvo a la letanía de nuestros versos, al imán de tu sonrisa y a la fantasía de lo improbable. Entregada al misterio, a tu fuego y a mi sed.

martes, 16 de octubre de 2018

Atrévete


Fotografía: Shafeeqbeats


No hay charco sin reflejo 
tan profundo como el cielo 
si sabes mirar en él. 
¿No es en la oscuridad 
donde más brilla la luz?
Atrévete. Sigue tu intuición. 
Sumérgete en la aventura.
Sube, escalón a escalón,
hasta la azotea.
Dicen que desde ella 
se ve toda la ciudad 
llena de las luces de 
todas las vidas que abraza.
Atrévete. Sigue tu intuición.
La Luna te acompaña.


PD: Este poema ha sido publicado en el libro "Palabras del Alma", que recoge los poemas que escribimos los alumnos del programa de coaching ACP Avanzado. Lo traigo para celebrar este regalo que tan feliz me hace.


lunes, 8 de octubre de 2018

Salida de emergencia


Fotografía: Rodney Smith

A Laura le iba bien. Eso creía todo el mundo en la ciudad. Asidua en las páginas de ecos de sociedad, invitada deseada y habitual en todas las fiestas en las que más importante que divertirse era tejer redes, solicitada en congresos médicos internacionales, e incluso tentada en cada convocatoria electoral por diferentes partidos políticos. 

Laura era admirada, incluso envidiada. Su aparente vida perfecta no dejaba indiferente a nadie, como tampoco su belleza y su encanto. Agradable, sociable, responsable. Nunca parecía estar cansada, a pesar de dividir o multiplicar su tiempo entre su exigente vida laboral, la intensa vida social y su atareada vida familiar. No faltaba a ninguna reunión del colegio de sus hijos, siempre sonriente y participativa en las diferentes actividades. Y su marido presumía de tener la compañera perfecta.

De Laura nadie hablaba mal, todo eran elogios hacia ella. Y sin embargo, en los últimos meses comenzó a correr el rumor de que era perfecta salvo por una excentricidad. ¿Estaría perdiendo el juicio? Parecía no haber secretos en su vida, quizás por eso toda la ciudad supo que mandó construir una puerta en medio del amplio jardín de su casa. Una puerta con su marco, en la mitad de nada, que ella cruzaba corriendo cada vez que sentía que se le borraba la sonrisa y le faltaba el aire. Era su salida de emergencia, y ya no podía sobrevivir sin ella.

miércoles, 3 de octubre de 2018

A las cinco



Tres cajetillas de Kent verde, por favor.

La había visto al entrar. Era imposible no hacerlo. En medio de la tienda de la gasolinera, dos bolsas plásticas enormes llenas a saber de qué interrumpían el tránsito de los clientes. Al lado, ella, no sé si esperando o simplemente aprovechando el calor del lugar, de un espacio cerrado, calefaccionado, que la sacase por unos instantes de la crudeza callejera.

Pequeña, desgreñada, sucia, con ropas amplias en las que tal vez fue menguando a lo largo de los años. (Quizá simplemente donaciones sin tener en cuenta la talla). Una masa desordenada en la que sobresalían sus ojos, vivaces y atentos. Sus ojos eran jóvenes, mucho más que ella, cuyas arrugas delataban una edad avanzada, que tal vez no era tanto y sólo reflejaban las heridas de la vida que la tenían mendigando. Y su voz apareció dulce, calmada.

Joven, disculpe. No quiero molestar. ¿Podrían darme un chocolate caliente?
Lo siento, pero no me lo permiten. Me echarán la bronca si lo hago.
No se preocupe, preciosa.

Había ternura en la voz de la dependienta. No era una excusa, o no me lo pareció. La mujer permaneció donde y como estaba. Afuera el sol ya se había puesto. Era la hora en que empieza a notarse el frío que anuncia otra larga noche de invierno.

Cóbrame también un chocolate.
- ¿En serio? Gracias. Yo pedí que le calienten un pan.

Al irme, la mujer me acompañó en silencio hasta medio local. Entonces se detuvo y se despidió:

- Muchas gracias. Estoy todas las tardes en el supermercado, donde dejan las bicicletas. A las cinco.

Aún no sé si era un pedido o si me invitaba a su casa, a su único lugar estable.