Imagen: Chiaracham08
Cada mes esperaba ansiosa la Luna llena. Salía en la noche a caminar por el bosque que rodeaba su casa. Disfrutaba ver las siluetas de los árboles perfilados en esa claridad nocturna, las formas que dibujaban sus ramas. Creía escuchar mensajes en ellas y sentía cómo se llenaba de energía para el resto del ciclo.
Ella decía que iba a darse un baño de Luna, y no regresaba hasta que el amanecer asomaba. Lo hacía desde la adolescencia, desde que descubrió su obsesión por ese astro blanco que velaba sus sueños. No podía imaginar su existencia sin saberla ahí, en el cielo, vigilante, paciente y tierna.
Esa noche, a mitad del paseo, se hizo de repente la oscuridad absoluta. Por más que buscaba, no encontraba rastro de la Luna. Desesperada, comenzó a correr por el bosque. Cayó al tropezarse con una raíz, su rostro y brazos se llenaron de sangre al ser incapaz de esquivar las ramas. Sintió que le faltaba el aire y como pudo, a tientas, regresó a casa herida y desesperada.
Le sorprendió ver la claridad que rebosaba por las ventanas. No entendía qué estaba ocurriendo, en qué terrible cuento había entrado. Y al abrir la puerta lo encontró, quieto, sonriente y esperanzado:
-Te dije que haría cualquier cosa por ti. Para demostrártelo, te traje la Luna.
Laura se derrumbó y cayó sobre sus rodillas, con lágrimas inundando sus ojos y los puños apretados:
-Vete. No has entendido nada.