Quince años.
Quince años ya.
Quince años todavía.
Es un largo recorrido en algunos aspectos, apenas un inicio en muchos otros. Es la edad propicia para sentirse perdida. Todo en la vida parece nuevo, ya no sirven los caminos conocidos y los que asoman pueden dar miedo, desánimo e incluso enojo, pero también asombro, curiosidad y ansiedad por recorrerlos ya.
Las fuerzas desfallecen a menudo. Algunos días nada parece tener sentido y otros lo encontramos todo en una sonrisa, en un abrazo, en un sueño loco… La vida se disfraza de caos, los límites dejan de ser un marco en el que sentirse segura para convertirse en una cárcel y nuestro cielo se cubre de nubes negras que, sin llegar a vaciarse, son una amenaza constante de tormenta.
Y hasta ahora, nunca ha dejado de salir el Sol. (Ni la Luna, aunque no la veamos). Tú eres la prueba de ello, con tu luz anuncias cada nuevo inicio, cada nuevo día, la llegada del futuro… Tu nombre no es una casualidad, mi amada Alba.
No podría hacerte ningún regalo que iguale el que tú has sido y eres para mí. La dicha de haberte conocido, la felicidad de haberte parido y el honor de acompañarte en la vida no puedo compensarlos. En un vago intento de hacerlo, te ofrezco mi amor incondicional, te ofrezco la vida entera para empezar… te ofrezco lo que soy para caminar a tu lado siempre que quieras, para sostenerte cuando lo requieras, para cuidarte a la distancia (o cercanía) que tú decidas. Estoy ligada a ti desde mucho antes de nacer. Siempre te supe.
Te agradezco todo lo que me enseñas cada día, la maestra de vida que eres, el motor para seguir creciendo. Y lo hago con torpeza, con aciertos, pasión, desánimo, ansiedad, orgullo… porque como tú, también cumplo quince años. Como madre.
Quince años ya.
Quince años todavía.
Feliz cumpleaños, Alba
Te adoro