Ya no diré que no me gustan los balances porque, aún siendo cierto, inevitablemente lo hago cada fin de año, a pesar de que creo que mañana sólo será un día más.
Hace 365 días escribía sobre mi sonrisa porque, por primera vez, finalizaba un año sintiéndome orgullosa de mí misma por todos los desafíos que había superado. Podría decir lo mismo en este 2021 que termina y, sin embargo, no lo cierro sonriendo, sino con una sensación de insatisfacción que me tiene entre malhumorada y triste.
Recurrí este año a la misma estrategia que me permitió sobrevivir al 2020: vivir un día a la vez, no anticiparme (¿para qué?). Tal vez por eso perdí la perspectiva de todo lo logrado, de lo valiente que fui, de la fuerza que encontré no sé dónde y de los retos que vencí. Este texto me permite tomar conciencia de ello.
No obstante, el sabor de boca que me queda es muy distinto, porque he tenido siempre la sensación de dificultad, de que fue un año cuesta arriba, como en esos sueños en que huyo no sé de qué intentando correr sin lograrlo, en los que cada movimiento que hago sólo evita que retroceda, pero no me permite avanzar.
Mañana sólo será un día más, será un paso que no me permita llegar a donde quiero (si acaso supiera dónde es), pero me hará salir de donde no deseo estar.
¡Adiós, 2021!