Fotografía: Laura Rivera
- ¿Recuerdas nuestra primera vez en esta escalera?
- ¿Nuestra primera y última vez, quieres decir?
Aún no puede creer que haya sido precisamente él quien respondió a su anuncio.
- Bueno, mujer. Que fue nuestra primera vez es un hecho, lo de que sea la última aún está por ver ¿no? Todavía estamos vivos.
Conserva esa sonrisa pícara que ella tantas veces evocó. Y el mismo descaro que la conquistó años atrás. “Sigue igual”, pensó ella mirándolo y recordando cuando paseando distraídos por la calle la introdujo en ese portal, el primero que encontraron abierto. Lo que ahí ocurrió fue tan intenso que ella tardó años en olvidarlo, los mismos que necesitó para poner en venta el piso que compró en el mismo edificio esperando a que él algún día regresara.
Ahora, ya superado aquel recuerdo, aquel amor no correspondido, estaba dispuesta a vender su casa e iniciar una nueva vida en otro lugar. Aún no puede creer que haya sido precisamente él quien respondió a su anuncio.
Tampoco puede creer lo frágil que es el olvido, cómo la memoria está al acecho de cualquier señal para resucitar sentimientos que creía ya sepultados.
- Nunca olvidé aquella vez. Confieso que probé otras escaleras, pero ninguna como ésta. Ninguna como tú. Eres la reina de todas las musas. Llevo mucho tiempo queriendo volver y esperando a que se pusiera a la venta algún piso de esta escalera.
Él no puede creer que sea precisamente ella quien puso el anuncio. La mira, le sonríe, apoya una mano en el muro y la acorrala entre su cuerpo y la pared. Reconoce en sus ojos las ganas y la necesidad de caer en la tentación, como aquella primera vez. Acerca su boca a sus labios y cuando ella los entreabre para recibir el beso, él se acerca a su oído y le susurra:
- ¿Qué te parece si en vez de comprarte el piso me vengo a vivir contigo?
Ella sólo logra articular un pensamiento: “Tengo que retirar el cartel”. Y juntos pierden la cabeza, la ropa y el pudor.