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jueves, 31 de diciembre de 2020

A ratos

 

 

A ratos fue el vacío, tan lleno de nada.

 

A ratos, la nada, vacía hasta de sí misma.

 

A ratos (de repente)… TODO, en un ínfimo instante

(…máis rápido que a dúvida, máis súbito que a lágrima)*

 

 

 

Lo supe en cuanto me descubrí despertando con una sonrisa. 

 

Fue a principios de año. Todo estaba por delante. Todo por hacer. ¡Y tanto por hacer! 

 

Lo hice. Casi todo y es suficiente. Pocos años en mi vida he terminado sintiéndome orgullosa de mí misma. Hoy lo hago. Igual que hice todo lo demás. 

 

Un día Violeta, practicando caligrafía me pidió que le dijera una palabra poética. Lo primero que se me ocurrió fue averno. Me lo callé y le dije poesía. ¡Gran imaginación! Fue lo segundo que se me vino a la mente en cuanto evité hablarle de lo que estaba viviendo. Yo sí recibía la señal. 

 

Y me adentré en ese averno, lo recorrí. Todas esas cámaras oscuras llenas de monstruos (míos y extraños). Llegué a conocerlo como si fuera mi hogar, quizás porque se concentraba entre las cuatro paredes que confinaron mi territorio este año. Cuando llegué a lo más sombrío apareció la luz, súbita, cálida. Fue allá por la segunda mañana con sonrisa. Tardó, ¡pero qué bien supo! 

 

Aprendí a soltar, aprendí a pedir, fui consciente de la confianza de base que me acompaña y me ampara, fui mujer, fui grande como también fui pequeña, fuerte y lábil a la vez. Lo fui todo igual que lo hice todo. O casi todo, que no es lo mismo, pero da igual. 

 

Me visitó la risa, como lo hizo el llanto, aprendiendo a convivir. La nostalgia, la tristeza, alguna rabia, la esperanza, de nuevo la confianza, el asombro y hasta el entusiasmo. Y ese duelo latente reclamando su momento y ya algo enojado por tener que esperar tanto. 

 

Todo a la vez, porque las cosas nunca ocurren de una en una.

 

Lo supe en cuanto me descubrí despertando con una sonrisa. Un día de no hace mucho. Y al otro. Y el otro… Estoy en paz. Bueno, prácticamente en paz. Agradezco a este 2020, tan cabrón con muchos, por empujarme y ayudarme a descubrir que puedo, paso a paso, sin prisa y sin pausa (lamentablemente, ¡qué bien me vendrían unas vacaciones!). Ojalá aprendamos todo lo que ha venido a enseñarnos. Y estoy lista para recibir el 2021, sobre todo porque me tranquiliza saber que sólo se trata de un día más.

 

 "…máis rápido que a dúvida, máis súbito que a lágrima" 

es de la canción "Partilhar", de Rubel

 

miércoles, 2 de diciembre de 2020

Maldita dislexia

 

 
Fotografía: Alís Gómez 

 

- ¿Y cuántos años cumples? 

- 35. 

- ¿¡35!? Te felicito y te deseo larga vida, que llegues a los que aparentas. 

- ¡Ehhh!... ¿Tan mal me veo? Suelen decirme que aparento menos, no más de 45. 

- ¿Cómo? Pero… ¿cuántos cumples? 

- 53. 

- ¡Antes dijiste 35!... por eso me sorprendí. 

- ¿35 dije? ¡Maldita dislexia! 

 

.....................................................

 

Me llamó a las 23.30 argumentando que no llegaría a las doce. Traía de regalo la presencia, su cariño y una conversación siempre interesante que fue desde las risas, con el recuerdo de otras charlas reídas, hasta una invitación que llegó con sabor a desafío. Quizás por eso acabé aceptando. Supongo que como procrastinadora, encuentro disfrute en las cosas hechas al límite del tiempo. Es el único abismo al que me atrevo a asomarme.

 

“Te quedan los últimos minutos de este año”. Viniendo de ella, esa frase anuncia una sugerencia interesante, un algo más que me impulse a sumergirme en mis profundidades, pero con bikini. Por algo se mueve como pez en el agua. “Puedes reflexionar rápidamente qué quieres conservar, qué quieres dejar atrás y qué construir para el siguiente”. Ni de broma fue lo primero que pensé mientras inventaba una justificación ocurrente.

 

Pero ya había sembrado y a la negación le siguió la curiosidad. ¿Por qué no? ¿Tenía tiempo? ¡23.57! Quedaban tres minutos, a uno por pregunta. Y en realidad no tenía que pensar demasiado. Lo bueno de ir cumpliendo años es que me voy conociendo un poco más y descubro muchas verdades (si existieran) en lo que digo sin pensar.

 

Conservar: la confianza de base, la liviandad, el humor (poder reír de y con todo), el llanto y el coraje de permitírmelo. También este don de florecer cuando me pongo al servicio, cuando me distraigo de mí.

 

Dejar atrás: la insuficiencia. Pero no toda, que me quede la “suficiente” para seguir cuidando lo que hago, lo que soy. También dejo atrás este miedo a ser capaz.

 

Quiero construir: serenidad. Quiero sentirme serena con y en la vida. 

 

Éstos serán mis tres deseos cuando hoy sople las velas. 

 

sábado, 26 de septiembre de 2020

¿Verdad o mentira?

 

Fotografía: Juan de Villalba  

 

1. Siempre preferí arrepentirme que quedarme con las ganas. 

 

2. Mi mayor miedo es al miedo.  

 

3. Mi segundo mayor miedo es a poder, a ser capaz. Y tener que hacerme cargo. 

 

4. Siempre que me acuerdo de mi edad me sorprendo. Creía que era mucho más joven.  

 

5. Deseo tanto la soledad como la temo. 

 

6. Soy perseverante porque, sí, me gusta salirme con la mía. 

 

7. Los peores vacíos los dejaron no las personas que perdí, sino aquéllas a las que quise y me fallaron.

 

miércoles, 8 de abril de 2020

Volvería


Fotografía: Robert Mapplethorpe


Volvería a cruzar el océano,
quedar de nuevo patas arriba.
Cambiar el lado de la Luna,
desaguarme en dirección contraria.
Cambiar la noche por el día,
volver otoño la primavera,
hacerme un muro de cordillera,
llegar más tarde a todos los años.

Volvería a abrazar la locura,
despojarme de todo y desnuda
entregarme, sin red, sin aval,
sin miedos, sin dudas y sin bozal.
Conocer la herida de la distancia,
la solitaria huella del expatriado,
apostarlo todo a una última jugada,
desplegar las alas y saltar… al vacío. 

Volvería, una y mil veces,
a rendirme al cálido abrazo,
construir otra quimera sin reparo,
creer posible lo imposible, y alcanzarlo.

Que las ruinas que pisamos 
no me nublen la mirada, 
ni condenen al olvido un pasado
que naciendo futuro fue presente. 

jueves, 19 de marzo de 2020

Besos y abrazos


Fotografía: Frank Horvat


Yo no quiero una vida sin besos ni abrazos. 

Con cada beso que di o recibí renové mis votos con la vida. 
Todos me recordaron que quería vivir, y cuando no quería me hicieron desearlo. 
Incluso (sobre todo) los que no he dado todavía. Y alguno que jamás daré. 
Descubro que alguien me atrae porque siento el antojo irrefrenable de besarlo, aunque lo calle. O lo diga demasiado tarde.
Y con su llegada, cada primer beso es el Universo que se abre. (Luego se cierra sobre mí, envolviéndome).
En un beso no hay mentira, y si la hubiera se descubre. 
Un beso disipa las dudas, a la vez que despierta la curiosidad. 
El mundo se detiene en el transcurso de un beso.

Con los abrazos me costó más. Tardé en ceder el control a la piel, última capa de protección entre la esencia y lo ajeno. (No sabía que lo ajeno me habita y que mi esencia está con otros). Hasta que aprendí a ser permeable, a fundirme en ese tacto de dos personas que se encuentran. Y se reconocen.
Un abrazo es un bálsamo, una cuna, un respirar tranquila, la caricia de mamá, la mano fuerte que sostiene en la caída y nos libra de todo mal. 
Un abrazo es el hogar, el fogón, un lugar de residencia, la isla del náufrago.

Yo también me quedo en casa. Acepto y estoy de acuerdo con la cuarentena. No se trata de eso.
Pero si esto fuera el inicio del resto de una vida sin besos ni abrazos, prefiero infectarme. Entre dos muertes, elijo la menos dolorosa.


jueves, 12 de marzo de 2020

Metepatas



Iba a dejar de publicar por un tiempo. Escribir no, no puedo. Lo hago a diario. Es mi lugar. Pero no iba a publicar por un tiempo. Estaba convencida, porque sentía que lo necesitaba. No me gustó cómo me sentí los últimos días, quizás semanas. La falta de tiempo que vienen con una separación y una doble mudanza (mis hijas viven ahora en dos casas) me impidió estar como hubiera querido. Hablo del blog y de la vida. Las emociones tampoco son muy estables, y la atención, puesta a mil cosas, también se resiente. Cuando empecé a disponer de tiempo quise ponerme al día. No retomar desde donde lo encontraba, sino leer todo lo que me había perdido. (Es un disfrute leeros, a casi todos, jajaja). Y también necesitaba publicar, incluso a diario, e igual se me acumularon textos que cuando releo no me dejan indiferente: no me gustan, o me asustan, o me duelen… El caso es que me volví más torpe. Y más sensible. Y no me gustó cómo me sentí, ni lo que me pasaba a mí, ni algunas respuestas que recibí o que se callaron. Evidentemente, me volví una metepatas. Lo peor es que hubo reacciones que me dolieron. La más tonta de todas fue la que colmó el vaso. ¡Cómo me hirió ese correo en que de repente alguien que apenas (no) me conoce me acusó sin razón de mala onda! No soy una santa ni ganas que tengo, pero soy buena. La gota que colmó el vaso. Decidí dejar de publicar por un tiempo y aprovechar para sólo leeros. Y alejarme un poco. Tomar distancia de “esto” que me tiene atrapada; que me llena y me vacía a la vez, que me revuelca en el fango igual que me baña en almizcle. Que me gusta y por lo mismo me duele…

Obviamente, también ando torpe cumpliendo mis decisiones. Y publico, porque no quiero que me gane el desencanto (intentaré ser más cauta), ni la desilusión (procuraré alimentar mi pasión). Pido perdón a quienes os hayáis sentido mal en alguna ocasión por causa mía. Estad seguros de que no lo pretendía y no me di cuenta, por si sirven como atenuantes. Ando cansada, a ratos de la vida, a ratos de mí. Cansada físicamente, porque llevo tiempo sin dar mucho descanso al cuerpo. Y agotada emocionalmente, de sentirlo todo tan intensamente, y del esfuerzo cada vez más débil para no desbocarme. ¿Y la cabeza? A mil, no podéis ni imaginar la cantidad de pensamientos que se cruzan por segundo. Se chocan algunos, se funden otros y los más avispados logran esquivar la colisión. Así está mi cabeza, con el responsable de la torre de control reventado. 

Y pese a este cansancio vital, o por él, despierta una parte de mí, la rebelde, la misma que cuando mi padre me pegaba me hacía pararme frente a él, sacar pecho y decirle lo que pensaba. Aunque llegase otra hostia más (siempre la penúltima). Ahora digo lo que pienso (una parte), saco pecho y me paro. Y publico porque recuerdo qué me hizo abrir este blog y qué me hizo mantenerlo. Porque tengo que ser más fuerte que los juicios que tengáis sobre mí. Porque escribo porque me gusta y recibo con los brazos abiertos a quien quiera dar su opinión sobre lo que escribo: porque me halagan y alientan los piropos, y aprendo mucho de las críticas. Y respeto a quien quiera no hacerlo. Si no te sientes a gusto, no estés. Y si te sientes a gusto, disfrútalo. 

Disfrútame.

Publico cumpliendo el compromiso que adquirí conmigo misma cuando regresé hace año y medio, aunque nunca me hubiera ido del todo. Y lo hago contando cómo me siento porque me sale de ahí mismo. Y me quedo, porque nadie me va a echar.

Y tú… 
Tú tómate la pastilla.


viernes, 6 de diciembre de 2019

No lo supe


Fotografía: Fabiola Mascayano O´Ryan
La mujer de la fotografía no es la mujer del relato


Y la culpa no era mía
Ni de dónde estaba
Ni de cómo vestía

Fabiola se emocionó al corear ese “Y la culpa no era mía, ni de dónde estaba, ni de cómo vestía”, ese himno que cruzó el planeta como un relámpago haciendo sentir la tormenta que ya está encima. Aún no se explicaba cómo se había dejado convencer por la Cata, su nieta regalona. Allí estaba, vestida de negro con pañuelo rojo al cuello, y una cinta para cubrirse los ojos, en medio de otras miles de mujeres junto al Estadio Nacional. El lugar no le era indiferente. Ni a ella ni a ninguna de las mujeres que gritaban a su alrededor y que superaban cierta edad.

El caso es que estaba ahí y se dejó llevar. Podía sentir la energía de miles de historias diferentes de cómo ser acosada, violentada, violada... entrelazándose en una única voz multiverso. No era sonido, era vibración, era luz y fuerza colándose por su piel, y era latido sembrándose en la tierra, era el eco de un deseo y una exigencia. Y ese grito fue tan ensordecedor como el silencio que sostuvo de regreso a casa. Estaba ya en su cuarto cuando pudo hablar.

- Gracias, Cata. 
- Gracias a ti, abuela. Me sentí, me siento muy orgullosa de ti. Fue muy choro ir contigo.
- Catita… me has hecho el mejor regalo de mi vida.
- ¿Por qué?
- Porque hasta hoy no lo supe.
- …
- Siempre intenté ser una mujer dispuesta a perseguir la felicidad. Y eso siempre trae costos, momentos de absoluta infelicidad… Una vez que te permites sentir, lo sientes todo… Me tocó vivir la época en que no podíamos expresar nuestros deseos sin represalias. Siempre intenté elegir la libertad y eso a menudo se malinterpretó. Nunca hasta hoy había podido perdonarme. En realidad no tenía que perdonarme, y no lo supe hasta hoy… Porque la culpa no era mía, ni de dónde estaba, ni de cómo vestía… 

jueves, 7 de marzo de 2019

Palabra de mujer



No me gusta ser feminista. Y sin embargo lo soy.

Hubo un tiempo, cuando era joven (cuando era más joven, je) en que sí me gustaba porque imprimía carácter. Y no negaré que había emoción y a veces hasta adrenalina en oponerse a los caminos designados por género. Casi saqué todo mi lado masculino para defender mi lado femenino, al que de esa manera yo misma iba ocultando.

Me tocó vivir una época de la que es difícil sacudirse. Entre otras cosas porque no creo querer hacerlo. En mi familia fui la primera en muchas cosas. No era difícil, pues había demasiados ámbitos en los que como mujeres no teníamos cabida, pero estábamos entrando. Bastaba seguir uno de tantos “esto tú no puedes porque eres mujer” y desafiarlo. Y a mí me gustaba el riesgo supuestamente controlado.

Por muchos años fui y me gustó ser rebelde. A menudo, aún me gusta. Me dio unos pies sobre los que pararme y con los que dar pasos, en general hacia adelante. Era buena para la lucha, tanto que no necesitaba hacer juego sucio. Y al mismo tiempo era un ser frágil, sensible e inocente que creía que por amor todo es posible y todo vale la pena. 

Ahora prefiero no tener que dar batalla. No puedo ver a los hombres como enemigos, sino como aliados, como compañeros de un viaje en el que con amor y sobre todo respeto construimos juntos y conversamos para resolver los conflictos. 

Y a pesar de ello estoy dando la mayor batalla: combatir todo el machismo y patriarcado que habita en mí, que dirige mis acciones, que determina y alimenta mis miedos, que dicta en silencio qué puedo y qué no puedo, que esconde a la mujer que necesita, quiere y que desea. Combatir todo eso que he aprendido a fuego y sangre, y a hostias, y que insiste en manifestarse.

No me gusta ser feminista. Deseo un mundo en que no sea necesario ser feminista.

miércoles, 23 de enero de 2019

Contigo aprendo


Ilustración: Alba Garrido Gómez

Hace trece años a estas horas todavía temía no reconocer las contracciones con las que anunciarías tu llegada tan esperada. Cuatro horas más tarde supe que ese día conocería tu cara. Media hora después lo confirmé. Era un dolor intenso, concentrado, imposible de obviar y portador de la mejor noticia posible.

Te lo digo en cada cumpleaños: parirte fue una fiesta. Desde la primera contracción hasta que apareciste abriendo inmediatamente tus ojos pasaron menos de trece horas. En ellas me di un baño de tina, hice una lista con los horarios de las contracciones y otra con las llamadas de tu padre para saber cómo estábamos (fueron más frecuentes las llamadas), comí un plato de lentejas, conduje hasta la clínica y me pasaron inmediatamente a la sala de preparto. Mis padres, tu padre, dos amigas, el personal sanitario que ya era como de la familia… anécdotas, risas, alegría… estaba claro que todo saldría bien!! No podía ser de otro modo.

A las seis y media de la tarde echaron a los invitados y prepararon la habitación para recibirte: temperatura tibia, luz tenue, sonando la música que yo había elegido para que nacieras en tus dos tierras a la vez (“O son do ar”, de Luar na Lubre)… En cuanto me colocaron empujé una primera vez. No había dolor, pero sí te sentía deslizarte dentro de mí para buscar tu primer abrazo. El segundo empujón lo frustró una carcajada por alguna broma del neonatólogo, creo, así que esperaste al tercero para salir.

Ya llegaste curiosa. Al primer segundo tenías abiertos tus grandes ojos, que se encontraron con los míos mientras te colocaban sobre mi pecho. El cordón aún latiendo, manteniéndonos inseparables. Permaneciste unos minutos mientras yo te miraba queriendo conocerte entera. Luego fue tu padre quien te dio un baño tibio para vuestro primer apego temprano y empecé a escuchar los datos de tu nacimiento. Eras perfecta. Eres perfecta.

Fotografía: "Mayo en Deauville", de Rudy Garrido

Tus primeros cinco años fuimos la una para la otra. Entiendo que no fue fácil para ti la llegada de tus hermanas, igual que sé que las amas hasta el infinito y podrás disfrutarlo en cuanto te lo permitas. Ya empiezas a hacerlo, y se me llena el corazón de amor viéndoos, viéndote quererlas.

Ahora las cosas cambiaron. Todo cambió. Todos cambiamos. Tú te has convertido en el esbozo de una maravillosa mujer, grande, segura, inteligente, bella, ingeniosa, divertida, creativa, apegada a las afirmaciones (casi científicas) porque al mundo de los juicios y las emociones (inmensamente profundo en ti) te resistes un poco. ¡Me veo en ti y te veo en mí tan a menudo! Estamos iniciando esa etapa de amor-odio de la que tanto aprendemos. Porque tú aprendes de la vida y yo contigo aprendo a ser madre. Porque en este rol soy tan joven como tú. Sólo pido que no perdamos este decirnos todo, venga de la emoción que venga.

Ahora dibujas como los ángeles, has hecho ya una decena de comics, estás escribiendo tu primera novela, te gustan los chicos inteligentes y divertidos y no el guapito de la clase, eres una óptima alumna no tanto por estudiosa como por curiosa, y eso me llena de orgullo. Tú siempre me llenas de orgullo. Y cuando no lo sientes así es sólo porque yo no siempre sé expresarlo. 

Nunca dudes de mi infinito amor por ti.
Gracias, Alba, por ser mi hija.
Gracias, Alba, por ser.

¡Feliz cumpleaños!

Fotografía: En París. Enero 2017

martes, 15 de enero de 2019

La mitad de mi vida



CLARAMENTE YA HE SUPERADO la mitad de mi vida. Es poco probable que sobreviva a otros tantos años, y de hacerlo no sé en qué estado sería, pero todo apunta a que no muy bueno. Creo que no vale la pena vivir si no tenemos la capacidad de ser conscientes de que estamos vivos, de disfrutarlo y de soñar.

He evitado este texto que comenzó a nacer el día de mi cumpleaños y siguió en esas fechas en que el año agonizaba, porque huele a balance. No me gusta hacer balances, ni inventarios, ni listados de propósitos que se repiten intactos año tras año, y los que voy tachando es porque ya no tengo edad de cumplirlos, no porque los haya atendido.

Sí he pensado en mi primera mitad, en la época en que me tocó nacer (en París a puertas de mayo del 68), crecer, descubrir la vida, rebelarme, soltarme la melena, serenarme, crear nuevas vidas, reconstruirme… y seguir aferrándome a cada latido sin dejar de soñar.

Los cambios de edad, los cambios de países, los cambios de modo de vida, los cambios de profesión, los cambios de contexto, los cambios de sociedad… porque mira que han cambiado cosas desde aquel diciembre en que vine al mundo hasta ahora. 

Y me siento agradecida de la época (me da vértigo decirlo en singular) que me tocó transitar hasta llegar y recorrer este siglo XXI en el que no sé cómo acompañar a mis hijas porque desconozco en lo que se ha convertido el mundo, y más ciega estoy con respecto a cómo evolucionará.

¿Miedo? Algo, sí. Y sobre todo asombro y sorpresa. Ha sido y es todo tan rápido, tan lleno de cambios, que no hay tiempo para el despiste. Cerraba los ojos un instante y el mundo ya era otro. Los recuerdos se mezclan, se difuminan. A veces me pregunto en qué estaba o cómo estaba viviendo, que ahora no recuerdo. Otras veces me pregunto en qué estoy ahora o cómo estoy viviendo, que todo se me llena de pasado.

Y más allá de todas las emociones que me acompañan, que me suben al cielo o me sepultan bajo tierra, que me hacen sentirme imbatible o me convierten en una niña asustada frente a la mano grande que la golpea, hay una que prevalece: la gratitud.

Me siento afortunada por pertenecer a mi generación, por repartirme entre dos siglos, por conocer un pasado que llena mi equipaje, vivir un presente que me desafía y vislumbrar un futuro que me mantiene atenta en la incertidumbre.

Claramente ya he superado la mitad de mi vida, y sólo deseo que cuando supere la casi otra mitad siga acompañándome la gratitud.

lunes, 7 de enero de 2019

Pienso las palabras



Me reprochas que pienso las palabras, como si el hacerlo se pudiera llamar mentira, como si perdieran sinceridad los sentimientos que expresan, como si hablar sin pensar las palabras fuera el antídoto a ocultar la verdad, cuando solemos reaccionar desde una espontaneidad más que practicada. Si algo aprendemos en la vida es a ocultar lo genuino, y las emociones, en presuntas reacciones impulsivas.

Pienso las palabras, al menos cuando escribo, porque me importan. Y me fijo en las comas, los puntos, cada signo de puntuación, porque ellos les dan vida. Creo en la belleza del lenguaje, creo en el poder del lenguaje, creo con fe absoluta que el lenguaje genera realidad. E intento hacerme cargo de las realidades que genero con mis palabras, por más que lo haga con torpeza. Palabras para seducir, palabras para establecer límites, palabras para enamorar, palabras para perdonar o pedir perdón, palabras para herir, palabras para acompañar, palabras que dicen adiós, palabras para que no te vayas.

Pienso las palabras porque siempre he trabajado con ellas, y ante las amenazas de la profesionalización me he mantenido en el propósito de coserlas con corrección, sinceridad y honestidad. Sinceridad describiendo con afirmaciones los hechos y honestidad en no teñir de intenciones ocultas a mis opiniones.

Pienso las palabras porque me importa lo que digo y cómo lo digo, porque me importa hacerme entender, porque me importa cuidarme y cuidar a quien van dirigidas mis palabras. Porque aún recuerdo en mi adolescencia a mi madre enfadada y llorando, dolida, después de leer un texto que escribí con las tripas y sin pensar las palabras. Un texto que ya no se sostenía al terminar de escribirlo, porque el desahogo sanó las heridas que lo dictaron. Por eso jamás escribí un diario. 

Pienso las palabras, sí, pero no pienso lo que siento. Sólo lo siento, y a menudo no encuentro palabras para explicarlo. Las emociones me toman. Ellas me tienen a mí, no yo a ellas. Y no soy menos dulce cuando me enojo, ni menos fuerte cuando lloro, ni menos digna cuando confieso un sentimiento difícil de admitir. Al contrario.

Preocúpate de mis silencios, si acaso. Pero no dudes de mis palabras.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

No lucharé



No lucharé por ti porque no entiendo nuestra relación como una guerra en la que deba librar batallas contra rivales que lucen certificados de posesión como estandarte. No lucharé porque no quiero acercarme a ti caminando por territorios minados con carteles de propiedad privada. No lucharé por ti porque no pretendo poseerte y lucirte como un trofeo.

Lo que quiero es convertirme en el remanso discreto y silencioso al que acudas para descansar, una compañera de baile con la que danzar un bolero, un tango, un rock… el ritmo que nuestro ánimo marque. Quisiera ser tu puerto seguro, en el que abrigarte en la tormenta y al que regresar tras cada travesía que se te antoje cuando el mar se calme.

Lo que quiero es seguir bebiendo la ilusión en tus palabras, echarme a tu lado, sin permiso ni justificaciones, por el mero placer de acompañarnos, continuar mostrándonos sin exigencias ni reclamos.

No lucharé por ti. Y tampoco renuncio. Sólo soy y estoy, bajo la luz de la Luna, con el alma desnuda y el deseo jugando. 

Ven y hazme la noche.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Vamos a explorar




Ponte el disfraz de explorador, cálzate la curiosidad y acompáñame. Son tantos los mundos que nos quedan por descubrir...

Vayamos al mundo de los sueños. Los olvidados, los que están por nacer, los que esperan su hora para hacerse realidad, los que nos animan a seguir, los que nos convencen de que todo es posible, los que sólo nos visitan de noche cuando la luna nos sonríe y las estrellas nos vigilan.

Vayamos al mundo de los deseos. Los olvidados, los que están por nacer y los que esperan su hora para hacerse realidad. Los que me invaden con sólo pensarte, los que se esconden en tu nombre y los que crecen con tus manos.

Vayamos al mundo de los secretos. Los olvidados, los que están por nacer y los que esperan no ser descubiertos. Los que queremos contar y los que queremos guardar. Los que encierran un pecado y los que están llenos de virtud.

Vayamos al mundo de los poemas. Los olvidados, los que están por nacer y los que esperan a ser descubiertos. Los que nos hacen llorar, los que encierran el dolor y los que despiertan la pasión. Los que retratan nuestro amor y los que nos hacen jugar.

Y después, quítate el disfraz y acompáñame. Vamos juntos a explorar(nos)...