Curiosa manera de despertar.
De la nada me sacó el ruido. Un ruido amorfo, invasivo, molesto por raptarme de un sueño que no recuerdo, pero me gustaba.
Duró poco el ruido. No por desaparecer, sino por transformarse. Los sonidos comenzaron a separarse, tomando protagonismo, como si salieran a presentarse uno a uno.
Primero fue el tintineo de la cucharilla contra la taza mientras revolvías el café, traviesamente agudo, metálico, rítmico.
Como también era rítmico el sonido del agua escurriéndose de la fregona y chapoteando en el cubo, gratamente relajante, fresco.
Se impuso entonces el torpe estruendo del cubo de la basura del vecino siendo trasladado por el patio adoquinado, grave, casi letal.
Y de pronto ese pic-pac, pic-pac, pic-pac… No era un reloj, aunque era el mismo latido. Más metálico… No podía reconocerlo y necesitaba ponerle nombre. ¿Sonará así un diapasón?
Eran las piedras para evitar la cal en la tetera, que se movían con los borbotones de la ebullición. Pic-pac, pic-pac, pic-pac… Fue bueno descubrirlo. Y ahí estaba yo, en la cocina. Esas piedras habían conseguido que me levantara sin esfuerzo, sin consciencia.
Sólo curiosa.