- Yo no sé si podré
ir. Tengo que hablar con María, a ver qué dice ella.
Todas se miraron
sorprendidas. No reconocían a su amigo, acostumbrado a esconder su ternura en
un disfraz de macho dominante. Ellas lo quieren porque conocen su corazón y no
sólo sus formas. Es el único hombre en un grupo de mujeres, las escucha, las
conoce y las quiere. Ellas le siguen el juego del patriarcado sabiendo que sólo
es eso, un juego. Él también se ríe cuando se descubre en esas manifestaciones
y sabe que los discursos culturales que nos definen no se sacuden de un día
para otro.
- ¿Te volviste un
corderito?
- ¿Desde cuándo
acatas lo que te dicen?
- ¿Tienes que pedir
permiso?
- ¿Qué te pasó? Primero
te cortaste el pelo, luego tenemos que insistirte para que te reúnas con
nosotras y ahora no puedes decidir sin hablar con María… ¿Dónde está el
Francisco que siempre quiere ganar las discusiones? Te desconozco. ¿Quién eres?
Cuéntanos de ti…
Francisco observa
divertido la reacción de sus amigas. Mantiene su postura: respaldado en la
silla, sus piernas largas estiradas debajo de la mesa que le hacen ver aún más
grande y las manos en los bolsillos de sus tejanos. Habla en un tono pausado
inhabitual en él, como si sólo estuviera reflexionando en voz alta.
- No hay nada que
contar. Supongo que me volví más sabio o más idiota… pero a estas alturas de mi
vida, prefiero tener sexo que tener razón.