y me posee el vértigo.
Temo tu mirada
perdida, aparentemente
vacía, y tan llena
a la vez de otredad.
Ese instante en el limbo
me sabe a abismo,
a distancia insalvable,
al frío de estar
frente a lo ajeno,
a la absoluta ausencia.
y me posee el vértigo.
Temo tu mirada
perdida, aparentemente
vacía, y tan llena
a la vez de otredad.
Ese instante en el limbo
me sabe a abismo,
a distancia insalvable,
al frío de estar
frente a lo ajeno,
a la absoluta ausencia.
Estaba agradable la tarde. El Sol, mostrando por fin clemencia, se preparaba cansado para acostarse. La conversación, repleta de agradables silencios, profunda y liviana a la vez. La caricia de la brisa, con esa suavidad que sólo detectas cuando no tienes prisa. El tiempo se detenía a ratos esa tarde en esa terraza.
- No me había fijado en esos árboles de tu jardín.
- Son abedules.
- Nunca reparé en ellos y me sorprende. Los tres juntos… Dos grandes y uno chico…
- ¡Oh, cierto! Como nosotros con la peque.
- Entiendo que el pequeño es la niña. De los otros dos, ¿cuál eres tú?
Susana perdió su mirada en ese rincón del jardín. Guardaba silencio.
Laura supo que no habría respuesta. Algo le decía que Susana se estaba mirando por primera vez.
Los abedules mayores tenían la misma altura. Uno estaba frondoso. El otro, a su lado, se secaba.
Me queda…
… el recuerdo de los buenos momentos que viví, registrados en mi memoria con la perspectiva de sus presentes. De otros malos, también.
… la huella del coraje de permitírmelos, la valentía tatuada en la piel. Y en la experiencia.
… el aprender a quererme de otra manera. No sé si más, creo que sí mejor. O al menos, intentarlo.
… el registro de haber vivido, de haber querido, de haber amado. El del llanto, el del fuego que abriga y el del fuego que abrasa. El registro de la vida pasándome.
… todavía, cierta sensación de dolor; algunas heridas abiertas y alguna reabierta. Un languidecer del corazón en busca de pausa, de calma.
… la gratitud como emoción de base. Por lo que fue, por lo que vale. Lo que fue importante lo es para siempre. Así lo vivo yo.
Me queda, finalmente, el descanso en la certeza de que es pasado. Y pisado.
Lucas me ha dado espacio. Supo que yo necesitaba estar sola y me acompañó a media distancia. Dormía a mis pies en la cama o en la alfombra del salón si el sueño me dominaba en el sofá. Siempre a mi lado y sin contacto, ni siquiera visual.
Esta noche es él quien extraña. Está abrazando con su pata mi brazo derecho. Intenta que deje de escribir. No quiero hacerlo, aunque el masaje de la vibración de su ronroneo me cautiva. La tibieza de su cuerpo pegado al mío también. Me resisto, como es evidente.
Y está tan determinado pidiendo sus mimos, que se atrevió a lo nunca hecho antes: acercó su pata a mi rostro, tomó mi mejilla y giró mi cara hacia la suya. Quería que lo mirara. Quería que lo viera.
Se siente igual que yo.
¿En qué momento comenzamos a ser nuestro tema de conversación?
¿Qué hicimos que nos distrajo de todo
lo que nos entretenía y nos unía?
Hablo de nosotros,
de ti y de mí.
Y de mí conmigo.
Extraño aquella exquisita liviandad
que nos tenía volando
entre sueño y sueño.
A ti y a mí. Y a mí conmigo.
Y la risa. ¡Cuánto extraño la risa!
Me apago sin ella. Me borro...
Extraño las ganas
de que llegara mañana,
de cada nuevo día.
Extraño la confianza con que me levantaba,
y me acostaba,
cada día.
Extraño todo,
menos convertimos en nuestro tema de conversación,
porque solo hablamos de nosotros
en cada herida.
Y ya no hablamos
más que de nosotros.