viernes, 30 de noviembre de 2018

Tijeras



Hacía años que no regresaba a la casa. Ni pensaba hacerlo, pero sus hermanos le pidieron que los ayudara a vaciarla para poder venderla. La crisis no respeta los recuerdos. El tiempo tampoco.

La maleza jugaba a esconder el camino de entrada, y ella interpretó que no sería fácil sumergirse en el pasado. Sobre todo porque había salido de él abruptamente, justo después del funeral. Era la primera vez que estaría en esa casa sin la presencia de su madre, y sentía miedo, miedo a derrumbarse, como si habitase un edificio sin cimientos. 

Sintió que le faltaba el aire al traspasar la puerta, y con el poco que lograba inhalar aspiraba el olor del olvido, del vacío y del abandono. Las lágrimas le empañaban la mirada, y se desplazaba por el pasillo guiada más por la memoria que por la vista.

Al pasar por delante de la habitación de invitados sintió el impulso de entrar, como cuando llegaba del colegio y corría a dar un beso a su madre siempre ocupada en la máquina de coser o cortando patrones en la mesa camilla.

Ahora el cuarto estaba casi vacío porque su cuñada había pedido llevarse el dormitorio cuando se cambiaron a la casa grande. Era difícil de reconocer, y no lo habría hecho de no ser por la mesa camilla y el mueble de la máquina de coser, probablemente oxidada y recogida desde que su madre sufrió el infarto mientras hilvanaba el que sería su traje de novia. 

Y sobre la mesa, brillando como siempre, como recién usadas y afiladas, las tijeras de su madre. Las tomó y al tocarlas supo que serían el único objeto de la casa que guardaría, para no olvidar jamás que un solo momento puede cortar una vida, los sueños y la historia.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

¿Bailamos?


Fotografía: Ciryl Lookin

- Te gusta bailar, eh?

- Calla, siéntate aquí, a mi lado. Y mira, la Luna todavía está redonda, alumbrándonos, como tantas otras noches cuando tú abandonas tus sueños. Servirá de foco, tú permanece en el palco y déjame mostrarte. Déjame mostrarme. Sí, me gusta bailar. Bailar contigo y para ti, en esta danza suave y sinuosa que a ratos tarareamos. Me gusta bailar porque ante ti puedo ser, soltar las cadenas de lo adecuado, lo preciso y lo oportuno, pensar en voz alta y elegir libremente los movimientos de mi cuerpo. Me gusta bailar porque en cada paso resucito a la niña que aprendía a bailar, aprendía a vivir reconociendo y enfrentando los miedos, los celos y la inseguridad. Me gusta bailar porque despiertas mi sensualidad, el deseo dormido que empieza a desperezarse y en tus besos busca tus ganas, tu sonrisa y tu poesía. Me gusta bailar contigo porque es cuando aparece la vida, hermosa y provocativa, susurrándonos una suave canción.

- ¿Qué más te gusta hacer?

lunes, 26 de noviembre de 2018

El momento


Fotografía: Rodney Smith

Siempre esperaba su momento. El momento preciso, ése que reunía las circunstancias necesarias para asegurar el logro de sus sueños, el triunfo de sus dones por encima de cualquier adversidad.

No hacía nada si no consideraba que era el momento adecuado para ello. Hasta sentir garantizado que el riesgo (¿el riesgo?) valía la pena, que minimizaba absolutamente los contratiempos.

Cuando le pedían algo, evadía el compromiso con respuestas como “en el momento oportuno”, “quizás en otro momento” o “en este momento no puedo”, sin darse cuenta de que fue dejando de ser una posibilidad, una opción para los demás.

Esperando el momento preciso, adecuado, oportuno se le fue pasando la vida sin haber disfrutado ni un solo momento.

Y fue al enfrentar su último momento que descubrió que no existe el momento perfecto.

viernes, 23 de noviembre de 2018

Helado




- ¿Quieres un helado? 
- No, gracias... 

Un silencio casi incómodo complementaba cada respuesta.

- ¿Tú quieres que me coma uno? 

Al ver su sonrisa pícara, casi erótica, dejó volar su imaginación. También sus límites. Y desafiante le preguntó:

- ¿Lo harías sólo porque yo lo quiera? 
- Sí. Te provoca, ¿verdad? Debe de ser la erótica del poder. 

Susana se adelanta unos pasos para comprarse un helado. Le da un lengüetazo sin apartar la mirada de Martín, que la observa congelado. Y se ríe.

- ¿Quieres jugar?

miércoles, 21 de noviembre de 2018

No lucharé



No lucharé por ti porque no entiendo nuestra relación como una guerra en la que deba librar batallas contra rivales que lucen certificados de posesión como estandarte. No lucharé porque no quiero acercarme a ti caminando por territorios minados con carteles de propiedad privada. No lucharé por ti porque no pretendo poseerte y lucirte como un trofeo.

Lo que quiero es convertirme en el remanso discreto y silencioso al que acudas para descansar, una compañera de baile con la que danzar un bolero, un tango, un rock… el ritmo que nuestro ánimo marque. Quisiera ser tu puerto seguro, en el que abrigarte en la tormenta y al que regresar tras cada travesía que se te antoje cuando el mar se calme.

Lo que quiero es seguir bebiendo la ilusión en tus palabras, echarme a tu lado, sin permiso ni justificaciones, por el mero placer de acompañarnos, continuar mostrándonos sin exigencias ni reclamos.

No lucharé por ti. Y tampoco renuncio. Sólo soy y estoy, bajo la luz de la Luna, con el alma desnuda y el deseo jugando. 

Ven y hazme la noche.

lunes, 19 de noviembre de 2018

La carta



Camina lento, como si no quisiera llegar a su destino. Y al mismo tiempo, no es capaz de detenerse y mucho menos dar la media vuelta. En cada paso se produce una batalla entre su mente y su corazón, entre la razón y la pasión. El miedo tiñe los argumentos de la primera, mientras que son la rabia aliada con la esperanza las que dictan la defensa de la segunda.

En su mano lleva la carta, el salvoconducto para su futuro, una declaración que lleva años escrita, años queriendo ver la luz, años guardada en un cajón, quemándole la piel cada vez que la tomaba, esperando el momento de convertirse en realidad. No quiso llevarla en el bolsillo. La sostiene en su mano temblorosa, pero firme, y lo hace porque así se siente más valiente, sabiendo que el verdadero acto de coraje será depositarla en el buzón.

Casi se arrepiente justo después de soltarla. Sabe que ya no hay vuelta atrás, que con ese simple gesto acaba de tomar la decisión más difícil de su vida, y también la más deseada, meditada y postergada. 


Patricia abre con ansiedad la carta de Pedro. Tras cuatro días sin saber de él, le sorprendió encontrarla en el buzón. Se desmorona en cuanto empieza a leer:

Querida
Lamento no atreverme a decirte esto en persona.
Ya no te amo y me cansé de mantener esta mentira.
Debo irme antes de morir de pena, de vergüenza, del vacío en que se convirtió nuestra convivencia.
Intenta rehacer tu vida.
Me voy a averiguar si aún queda alguna posibilidad de sentirme vivo.
Perdóname por haberte robado todos estos años.
Gracias por fingir conmigo que nos soportábamos.
Pedro

sábado, 17 de noviembre de 2018

Frágil


Fotografía: Benoit Courti


Mi madre diría de nosotros que se juntaron un roto con un descosido, o el hambre con las ganas de comer. No le falta razón. En nuestra fingida fuerza habita la esencia de lo frágil, la debilidad disfrazada de dureza que no resiste el embate de los vientos de emociones que no nos atrevemos a reconocer. La más leve brisa contrae el músculo vital y aparentamos indiferencia conteniendo la respiración para disimular el suspiro que nos provocamos.

Así pasamos los días, con conversaciones superficiales que encubren nuestra primera necesidad: dejar de sentir esta soledad que nos socava, este frío del alma que quisiéramos abrigar con caricias que nunca tendremos porque las negamos, y helados nos vamos sumiendo en esta melancolía que inexorable va ganando terreno.

A ratos intuimos, casi descubrimos, una fuerza arrebatadora al compartirnos vulnerables. Un destello de Luna, la calidez de un rayo de Sol, la dulzura de un verso, la embriaguez de pensarte… instantes tan envolventes como efímeros, que esquivamos para regresar a la fragilidad de nuestra fingida indiferencia.  

jueves, 15 de noviembre de 2018

El abuelo



Tenía una edad indefinida, diría que entre 30 y 40. Podría ser más, bien conservado, o menos pero muy vividos. Ocupaba junto al anciano una mesa medio escondida detrás de la ancha columna del restaurante. Vestía una camiseta color verde militar, unos pantalones chinos beige, calcetines de colores y zapatillas oscuras. Un aspecto desenfadado, medio descuidado.

El anciano estaba bien sentado frente a la mesa. Él, de medio lado, lo que le permitía atender al viejo. Me conmovió ver cómo tomaba la servilleta para limpiarle cuidadosamente la comisura de los labios, cómo le ayudaba a comer preparando el tenedor y animando al abuelo a llevárselo sólo a la boca, no sin esfuerzo. Para beber era él quien le acercaba y sostenía el vaso.

Consideré tierna la escena, a pesar de que sólo le vi sonreír cuando le ayudó a levantarse y lo tomó del brazo para irse caminando lentamente. Paciencia sí que demostró, ni una mala cara en todo ese rato, escuchándolo atentamente y limpiándolo de nuevo como si fuese un bebé.



- Abuelo, ¿dónde está el dinero que tenías en la mesilla de noche?
- Se lo di a Jorge. Lo necesita para un proyecto nuevo.
- ¿Para un proyecto nuevo? ¿Le sigues creyendo? ¿Cuándo lo has visto? 
- Ayer me invitó a cenar.
- ¿De nuevo has salido con él? Seguro que tú pagaste. No aprendes, abuelo. ¿No ves que Jorge sólo te quiere para sacarte el dinero?

El abuelo se va achicando en la silla, como un perro amenazado con una zapatilla. No se atreve a responder a su nieta. Entre lágrimas, sólo alcanza a murmurar.

- ¿Para qué quiero el dinero? No me lo voy a llevar a la tumba… Y al menos él me trata con cariño.

martes, 13 de noviembre de 2018

No busco, encuentro


Fotografía: "Lips", de Jan Saudek

La encuentra en el pasillo y la acorrala apoyando la mano en la pared por encima de su hombro. Ella lo mira totalmente sorprendida.

Tú me sigues.
¿Qué dices?

Es cierto que sus miradas se encontraron a menudo durante toda la velada. Es cierto que ella siempre reaccionaba con una sonrisa o un guiño. Él llegó a imaginar incluso algún beso al aire.

- Confieso que me alegra la vida encontrarte, pero no te busco... Y en cualquier caso, no tendría que buscar mucho para encontrarte.

El no la escucha. Toda la atención se centra en sus labios.

sábado, 10 de noviembre de 2018

Agua


Fotografía: Mikko Lagerstedt


- Ven. Mira. Pon ahí un dedo… ¿Qué le pasa al agua cuando la tocas con tu dedo? ¿Permanece acaso inalterable? Tu contacto crea un efecto en ella, no pasa desapercibido. ¿Lo ves? Hay un movimiento, hay una respuesta, hay un acuse de recibo. El agua te dice que siente tu contacto y reacciona a él. 

- Ya veo. ¿Y?

- El agua se deja tocar. Y ¿acaso pierde su esencia por ello? ¿Es menos fuerte? 

- No entiendo qué intentas decirme. 

- ¡¡El 70% de nuestro cuerpo es agua!!

- Bueno, ¿y qué? En serio, no te entiendo. ¿A dónde quieres llegar?

- Quiero que seas agua. Necesito que abras las compuertas. Ver qué te pasa cuando te acaricio, cuando te hablo, cuando te acompaño. Ya no quiero seguir chocando contra las barreras de tus miedos. 

Él sintió la humedad en sus ojos, pero pudo contenerse. Era muy hábil escondiendo sus emociones. En realidad, era lo único que sabía hacer con ellas. 

miércoles, 7 de noviembre de 2018

Dedicatoria



Paseaba por la feria del libro cuando te vi. No sabía que estaba programada tu presencia, así que la sorpresa me descolocó y comencé a actuar como una adolescente frente a su artista favorito. 

Más como una fan que como una devota lectora, tomé un ejemplar de tu última novela y me puse a la cola para que me la firmaras. Era sólo un pretexto para manifestarte mi admiración. Estaba tan nerviosa, que cuando llegó mi turno te conté atropelladamente que me encanta todo lo que escribes, que estoy atenta a tus publicaciones para hacerme con ellas en cuanto aparecen y las devoro. Que siento que te conozco de toda la vida y que con tus textos me queda la sensación de que me hayas leído el pensamiento. 

Tú me regalaste una breve mirada, una sonrisa social y me ofreciste de vuelta el libro. Se habían acabado mis apenas quince segundos y los empleados de la editorial me lo hicieron saber invitándome sutilmente a seguir mi camino.

Cuando miré tu dedicatoria, me reí. “Quizás te lo he leído” y luego un garabato que apenas se parece a tu nombre. Esa fue la primera vez que te vi.

Unos días más tarde, cuando llegué a la celebración del aniversario del diario en el que trabajaba, te vi por segunda vez. Conversabas animadamente con un grupo de personas, ajeno a lo que ocurría a tu alrededor. Parecías el alma de la fiesta. Yo me había quedado en un rincón próximo a la barra. Estaba ahí para hacer la crónica del evento que se publicaría en el suplemento dominical, y no tenía muchas ganas de socializar. Mirarte me pareció el mejor entretenimiento posible.

Distraídamente, dirigiste la mirada hacia donde yo estaba y me descubriste observándote. Al instante recordé tu dedicatoria, y quise ponerte a prueba. En esta ocasión, sí sostuviste el contacto con mis ojos, y de pronto observé que te sonrojabas. Sentí tu incomodidad y cómo dejaste de escuchar a quienes te acompañaban.

Terminaste tu copa de un trago, dijiste algo al hombre que estaba a tu derecha y comenzaste a caminar hacia la barra. Al llegar junto a mí, me encaraste: 

- ¿Cómo se te ocurren esas cosas, mujer? 

Por fin conocía tu sonrisa más genuina, y en el guiño encontré complicidad. No cabía duda de que efectivamente podías leerme.

- Como ya sabes lo que pienso, ¿qué te parece si lo cumplimos?

domingo, 4 de noviembre de 2018

Valiente



A Laura se le escapaba una sonrisa cada vez que despertaba y veía a Fernando a su lado. Era una reacción instintiva, que no podía controlar. Y según fueron pasando los días, también descubrió que no quería. Abría los ojos, sonreía y le daba un beso tierno.

A Fernando le enamoraba ese momento. No imaginaba otra forma de iniciar el día. Y según fueron pasando los días, también descubrió que no quería.

Habían pasado una buena noche, la primera desde que Laura le pidió ayuda para desnudar su alma. Él escuchó ese pedido como un acto de entrega inimaginable hasta entonces, era lo que necesitaba para atreverse a vencer sus propios miedos. Respiró hondo y le preguntó: 

Cariño, si fueras cien veces más valiente ¿qué harías?

Laura dio un respingo. Le asustó la pregunta. Lo habitual habría sido salirse de ahí, responder alguna trivialidad, y estuvo tentada a hacerlo. Sin embargo, se quedó pensativa.

- ¿Qué haría si fuera cien veces más valiente?... Me atrevería a contarte aquella vez en que siendo niña me convirtieron en un juguete, un juguete roto. Me arrebataron todo lo que me constituía como persona. El respeto, la dignidad, la inocencia… Fue cuando el miedo se ancló en mi alma al mismo tiempo que sus dedos se introducían en mi ropa interior. La rabia que no apareció entonces para defenderme, me acompañó toda la vida y se disparó contra quienes no tenían la culpa de lo que él me hizo. Fui dejando mis propias víctimas en el camino… Y luego la vergüenza, la maldita vergüenza en la que se convirtió la dignidad robada y que me acompañó por tantos años, la que me hace esconderme, la que me condena por algo que no hice y que no pude evitar, y que no sé cómo arrancármela…

Se acurrucó pegada al cuerpo de Fernando. Por primera vez sin vergüenza, por primera vez sintiendo ese espacio de seguridad en el que podía simplemente ser. Respiró de nuevo. 

- ¿Y tú? ¿Qué harías si fueras cien veces más valiente?

- Me atrevería a preguntarte todo lo que deseo saber de ti y callo por no asustarte.

viernes, 2 de noviembre de 2018

Tócame el alma



Fotografía: Carolina Madruga


-Me duele que digas que no te dejo tocar mi alma, porque quiero entregarme entera a ti. Por primera vez siento que puedo hacerlo, contigo puedo hacerlo. Y no sé cómo. Hice un desgarro a mis barreras para ti, me llega la brisa cálida de tu presencia. Y parece que no es suficiente. El miedo es demasiado grande y grueso para echarlo abajo, pero te pido que estés atento al resquicio por el que asomo, lo asaltes y penetres por él hasta lo más profundo de mí. Te suplico que sigas fundiendo con el calor de tu amor el hierro que me configura, derritiendo el hielo que me cubre y que congela mis gestos y mis palabras. Demuéstrame que mi temor es infundado, desafía los mandatos que me constituyen y contágiame tu irreverencia. Tócame el alma, sedúcela y tómala.

Ahora fue Fernando quien dejó asomar su primera lágrima. Acercó a Laura a su cuerpo, en silencio. Y por primera vez durmieron fundidos en un abrazo.