viernes, 30 de agosto de 2013

El juego





-¿Por qué no jugamos a los barquitos?

Martín se sobresaltó cuando la voz de Susana rompió el espeso silencio que habita entre ellos desde hace ya demasiado tiempo. La pregunta le pareció tan absurda que no acertó a responder otra cosa que no fuera un apenas inaudible “bueno”.

Y ahí estaban, después de muchos meses de tanto vacío que ya parecían dos desconocidos, iniciando un juego de niños. Tímidos, casi con sentido del ridículo.

A ambos les parecía estar hablando de su matrimonio según iban rellenando sus respectivas cuadrículas: agua, tocado, hundido… Pero se guardaron cualquier comentario que pudiera dar pie a una discusión, una de ésas que llenó de gritos e insultos el pasado y les condujo a su situación actual. Al menos en el presente reinaba el silencio entre ellos.

Sin darse cuenta, se descubrieron riendo, divirtiéndose, pasando un rato agradable a pesar de estar en compañía del otro. Algo en su interior les decía que alguna vez había sido así, que alguna vez habían logrado disfrutar juntos. Tal vez no estaba todo perdido.

E instauraron un nuevo hábito en sus tardes-noches. Barquitos, parchís, dominó… No importaba cuál era el juego, sino el hecho de hacerlo juntos. Era una hora diaria de oasis en sus desiertos emocionales, una ventana a la felicidad, una dosis de optimismo.

Una noche Susana dijo que prefería ir a dormir. Martín lamentó su decisión, pero pensó que un poco de lectura en la cama tampoco sería un mal plan. Susana se encerró en el cuarto de baño y un rato después asomó a la puerta, con un camisón minúsculo y una sonrisa que le era familiar a Martín. ¡De esa sonrisa se había enamorado años atrás!

Ella lo miró a los ojos y con picardía le preguntó:

-¿Por qué no jugamos…?

Martín tiró el libro al suelo y respondió sólo con una sonrisa llena de esperanza.

martes, 20 de agosto de 2013

Ya sé cómo eres



Fotografía: Rudy Garrido

- Ya sé cómo eres. He encontrado tu perfil en feisbuc y he estado viendo las fotografías. Me gustas. Eres hermosa.

Hermosa no es un calificativo que le hayan dicho muchas veces a Susana. Pero lo creyó porque sonó sincero. Todo lo que le decía Martín le sonaba sincero. No tenía razones para no serlo.

Ese hallazgo, además, lo había llenado de confianza y entusiasmo. Ponerle un rostro a Susana había acercado notablemente a un Martín tímido y precavido. Bajó la guardia y eso ayudó a que ella también se relajara.

Fueron formando una grata complicidad que les llenaba cada día más tiempo. También buena parte de sus pensamientos durante sus ocupaciones habituales. Cada uno encontraba en el otro el remanso ilusionante, la recarga de energía, la dosis de paz necesaria para seguir adelante.

- He estado viendo las últimas fotos que has subido al feisbuc. Sigo pensando que me gustas mucho. Ahora más.

“¿Las últimas fotos que he subido? Hace casi dos años que no actualizo las fotos”, pensó Susana.

Sabía que su amistad con Martín había nacido desde adentro, sin importar el aspecto físico, ni ninguna otra condición más que la de compartir agradables conversaciones. Porque eso era todo lo que había y habría.

De todos modos, no pudo quitarse esa frase de la cabeza y en cuanto tuvo ocasión se conectó a Internet para hacer una búsqueda en la red social: Susana González. Tardó poco en obtener un resultado; aquél que temía. Había unas veintitrés mujeres con el mismo nombre y cualquiera de ellas más hermosa.

domingo, 18 de agosto de 2013

Dos años ya


Fotografía: Alís Gómez

Esa mañana el jardín apareció nevado. No había sucedido antes y no ha vuelto a ocurrir desde entonces. Sí, era un día especial. Que todo estuviera programado no le restaba emoción a lo que pasaría unas horas más tarde.

Estaba tranquila, con la certeza de que todo saldría bien. No tenía ninguna de esas aprensiones típicas de las circunstancias. Tranquila pasé la mañana, dándome tiempo de disfrutar de esa nieve extraña que se dejaba fotografiar con la complacencia de quien sabe que no será olvidada.

Tranquila, también, realicé el trayecto hacia la clínica, observando lo hermosa que estaba la ciudad, blanca y fría. Y tranquila esperé el momento de ser llevada al quirófano, tan sólo ansiosa por ver ya vuestras caritas.

El temor al procedimiento se disipó rápidamente. Cuando pedí que me avisaran cuando fueran a hacer el corte ya estabas saliendo tú, Julia. Violeta lo hizo tan sólo un minuto después.




Ambas sobre mí poníais fin a un largo tiempo de búsqueda, de esfuerzos, de lucha por conseguir que vinierais a este mundo. Nunca esperé que fuerais dos. No era ése mi deseo ni mis expectativas. Sucedió así. Y ahora no sería capaz de renunciar a ninguna de las dos, tan distintas.

Julia, mi bella Julia, mi niña ordenada, despierta, inteligente y con un corazón noble y enorme. Tu timidez no es capaz de esconder tu encanto. Aún sin quererlo, te ganas la atención de quienes te ven y lo haces con esa sutileza que sólo tienen las personas elegantes. Has aprendido a ser independiente mientras tu hermana requería más atención, has respetado sus necesidades y la has acompañado en sus momentos difíciles, sin reclamar, con absoluta generosidad.

Violeta, mi bella Violeta, mi niña encantadora, luchadora, coqueta, con una ternura irresistible. Tu sonrisa y tu gracia son capaces de conquistar cualquier propósito por difícil que éste sea y borra esos arrebatos de mal genio en los que entras y sales repentinamente, sin avisar. La vida no se te puso fácil en estos primeros años, te ha puesto a prueba en distintas ocasiones, y has sabido salir de todas, con ganas y con fuerza.

Habéis llenado, mucho, nuestras vidas. Compensáis con creces todos los esfuerzos por haceros llegar. Entregáis tanto amor y tanta alegría que me hacéis sumergirme de lleno en la felicidad.

Y lleváis dos años haciéndolo. Dos años ya. ¡Crecéis tan rápido!


Fotografía: Rudy Garrido


Feliz cumpleaños, Julia y Violeta

viernes, 9 de agosto de 2013

Norte-Sur




Quizá porque soy atlántica tengo un humor diferente. Nuestros mares definen cómo son nuestras mareas, las que nos mecen por dentro y a veces nos dejan a la zozobra. Quizá por eso me cueste entender, o compartir, tu sentido del humor, tan de otros mares.

Quizá porque el sol que me calienta es el de otra estación (vistes primavera cuando me arropa el otoño) o porque tu norte es mi sur, tengo un carácter diferente. Nuestras pieles se calientan en tiempos opuestos y los vientos nos peinan la raya en distinto lado.

Quizá porque soy la noche y tú el día tenemos tiempos diferentes. La Luna que me alumbra es la que vela tu sueño, cuando estoy lúcida tú bostezas y el cansancio en mis ojos coincide con tu euforia. Quizá por eso nos resulta difícil hallar el punto de encuentro.


Quizá porque somos tan distintos nuestro amor es un milagro.