viernes, 17 de octubre de 2025

Yin Yang




Mi intensidad (cuando estoy de buenas le llamo pasión) es mi mayor defecto.
También mi mayor virtud. 


Como virtud, mi pasión me muestra el sentido de la vida. Es la que me hace cruzar océanos sin dudarlo, darle la vuelta a la Tierra las veces que sean necesarias para encontrar mi lugar, aun sabiendo que para lograrlo debo hallarlo primero dentro de mí. Con poco éxito, por ahora, salvo por algunos chispazos. Los suficientes para mantener la confianza.
Como virtud, mi pasión me vuelve pura, confiada. Me ayuda a disfrutar los regalos de mi vulnerabilidad. En ella me dejo querer, me abro (mi alma invita a entrar con un "¡Hasta la cocina!") y la vida me acaricia, me da placer, me mima. Entonces la dicha llega a ser tan inmensa que bajo la guardia. Y la intensidad, siempre presente, cambia de cara.


Como defecto, mi intensidad alimenta mis fantasmas y mis miedos, los hace presentes y me esconde (a veces por demasiado tiempo). Es la que anda recordándome cada herida, cada golpe. Me recuerda también cómo dolieron. Activa todos mis sentidos, me pone alerta, observadora, intuitiva... y como busco el peligro, lo encuentro. Los suficientes para no lograr callar el miedo.
Como defecto, mi intensidad puede volverme fría. Aparentemente fría. Porque este hielo en que me encarno tiene un corazón en llamas, un núcleo de fuego que lucha por sobrevivir. Entonces mi alma se viste, se cubre. Y se va poniendo máscara tras máscara: desconfianza, susceptibilidad, pánico... hasta ahogarme.


Mi pasión me pide ahora que cambie el orden de este texto.
Mi intensidad me dice que aún no estoy preparada.


1 comentario:

  1. Es una buena noticia el volver a leerte.
    No me parece que tengas que cambiar el orden de tu texto.
    Las fortalezas y debilidades pueden ser similares.
    Un abrazo.

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