El silencio acompañó los primeros dieciocho minutos aquella
tarde en que acordaron encontrarse en el que tiempo atrás era el café de
siempre. Tranquilos, con tiempo. ¿Para qué las palabras cuando los cuerpos
hablan tanto, también desde sus propios silencios?
Fernando fue el primero en no soportarlo y rompió el hielo.
- Ya no sé con quien hablo.
- Conmigo.
- ¿Y quién eres?
- La de siempre.
- ¿Estás segura?
- Bueno, en realidad no. Todos cambiamos. Estamos vivos.
- Cuando no conversamos siento que te vas desdibujando, como
si fuera olvidando el rostro de tu alma.
- Y yo me siento invisible cuando no me miras.
Laura dio un último sorbo a su café y cruzó los brazos sobre
la mesa. Fernando miraba sus manos blancas, como siempre, y las intuyó frías,
como siempre.
Y se las calentó, como siempre.