Ilustración: Alba Garrido Gómez
Hace trece años a estas horas todavía temía no reconocer las contracciones con las que anunciarías tu llegada tan esperada. Cuatro horas más tarde supe que ese día conocería tu cara. Media hora después lo confirmé. Era un dolor intenso, concentrado, imposible de obviar y portador de la mejor noticia posible.
Te lo digo en cada cumpleaños: parirte fue una fiesta. Desde la primera contracción hasta que apareciste abriendo inmediatamente tus ojos pasaron menos de trece horas. En ellas me di un baño de tina, hice una lista con los horarios de las contracciones y otra con las llamadas de tu padre para saber cómo estábamos (fueron más frecuentes las llamadas), comí un plato de lentejas, conduje hasta la clínica y me pasaron inmediatamente a la sala de preparto. Mis padres, tu padre, dos amigas, el personal sanitario que ya era como de la familia… anécdotas, risas, alegría… estaba claro que todo saldría bien!! No podía ser de otro modo.
A las seis y media de la tarde echaron a los invitados y prepararon la habitación para recibirte: temperatura tibia, luz tenue, sonando la música que yo había elegido para que nacieras en tus dos tierras a la vez (“O son do ar”, de Luar na Lubre)… En cuanto me colocaron empujé una primera vez. No había dolor, pero sí te sentía deslizarte dentro de mí para buscar tu primer abrazo. El segundo empujón lo frustró una carcajada por alguna broma del neonatólogo, creo, así que esperaste al tercero para salir.
Ya llegaste curiosa. Al primer segundo tenías abiertos tus grandes ojos, que se encontraron con los míos mientras te colocaban sobre mi pecho. El cordón aún latiendo, manteniéndonos inseparables. Permaneciste unos minutos mientras yo te miraba queriendo conocerte entera. Luego fue tu padre quien te dio un baño tibio para vuestro primer apego temprano y empecé a escuchar los datos de tu nacimiento. Eras perfecta. Eres perfecta.
Fotografía: "Mayo en Deauville", de Rudy Garrido
Tus primeros cinco años fuimos la una para la otra. Entiendo que no fue fácil para ti la llegada de tus hermanas, igual que sé que las amas hasta el infinito y podrás disfrutarlo en cuanto te lo permitas. Ya empiezas a hacerlo, y se me llena el corazón de amor viéndoos, viéndote quererlas.
Ahora las cosas cambiaron. Todo cambió. Todos cambiamos. Tú te has convertido en el esbozo de una maravillosa mujer, grande, segura, inteligente, bella, ingeniosa, divertida, creativa, apegada a las afirmaciones (casi científicas) porque al mundo de los juicios y las emociones (inmensamente profundo en ti) te resistes un poco. ¡Me veo en ti y te veo en mí tan a menudo! Estamos iniciando esa etapa de amor-odio de la que tanto aprendemos. Porque tú aprendes de la vida y yo contigo aprendo a ser madre. Porque en este rol soy tan joven como tú. Sólo pido que no perdamos este decirnos todo, venga de la emoción que venga.
Ahora dibujas como los ángeles, has hecho ya una decena de comics, estás escribiendo tu primera novela, te gustan los chicos inteligentes y divertidos y no el guapito de la clase, eres una óptima alumna no tanto por estudiosa como por curiosa, y eso me llena de orgullo. Tú siempre me llenas de orgullo. Y cuando no lo sientes así es sólo porque yo no siempre sé expresarlo.
Nunca dudes de mi infinito amor por ti.
Gracias, Alba, por ser mi hija.
Gracias, Alba, por ser.
¡Feliz cumpleaños!
Fotografía: En París. Enero 2017