¿Intimamos?

Fotografía: Laura González

¿En serio me estás pidiendo intimidad? 

Cuando menos lo espero reparas en que existo. Y te pones tontita, o así le dices tú. Me buscas, al menos a mi cuerpo, e inicias un juego en el que estás acostumbrada a ganar. Casi siempre ganas. ¡Qué difícil es querer vencer cuando me gusta más perder!

Hoy me resistí a tu tentación, porque estoy cansado de no encontrarte el resto del tiempo, de navegar solo esta travesía que amenaza con temporal. Me resistí y no se te ocurrió para convencerme mejor argumento que pedirme intimidad.

¿¡Intimidad!? ¡Es lo que más quiero compartir contigo! Quiero intimidad en nuestras miradas cuando se encuentran en lo cotidiano, y quiero que se encuentren; quiero intimidad en la caricia distraída que dice todo así como al pasar, y quiero las caricias; quiero intimidad en lo que nos decimos y en los silencios, y quiero que hablemos y callemos juntos. Quiero que la intimidad sea nuestro contexto habitual, no nuestro lugar de vacaciones… La quiero siempre.

Pienso en las razones para decirte que no, pienso en todos esos momentos en que me alejas de ti y cómo me duelen, pienso para no sentir, y tú no has dejado de jugar con tus dedos en mi cuello, con mi pelo, con mi oreja, ni tus ojos han dejado de sonreír pícaros todo este rato en que sostuviste la mirada… Esto es lo que quiero, siempre, naufragar en el océano de tus ojos y ser sobreviviente aferrado a ti. No. No me sigas tocando así, no te acerques tanto..., no, no me susurres al oído…

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