Fotografía: "Apples", de Sid Avery
“¡Ay, cabecita
loca!”. Así me saludaba siempre la abuela, desde que recuerdo. Y siempre se
despedía diciéndome: “Cuidado con perder la cabeza”.
Nunca me dijo qué
es perder la cabeza. Ni siquiera qué consecuencias tendría hacerlo. Por lo del
cuidado intuyo que alguna mala habría, pero ¿y los beneficios de perder la
cabeza? ¿Por qué nunca aludió a ellos?
Pensándolo bien, mi
abuela siempre me insinuó que perder la cabeza tiene su lado sabroso. Lo sé por
la alegría que percibía tras su “cabecita loca” y porque me incitaba a probarlo
aportándole misterio y un halo de prohibición al decirme “cuidado”.
Me gusta
explicármelo así, porque siento que tengo una cómplice en mis locuras. Sus
palabras despertaron esa irrefrenable atracción hacia todo lo que prometía
hacer perder la cabeza. Y caí en la tentación tantas veces como se me
presentaba. Tenía sus costos, claro, pero valía la pena pagarlos.
Así fui creciendo,
hasta que la conocí. Y por primera vez en mi vida perdí la cabeza por una mujer.
Acaso también por última vez.
Con ella aprendí de
qué peligro me advertía la abuela.
Ay, abuelita, ¿por
qué no te hice caso?
Perder la cabeza y reencontrarla es la sal de la vida.
ResponderEliminarBss
ResponderEliminarMe hiciste recordar un viejo single de vinilo que ya rodaba caducado por casa en algún armario de mi infancia :
https://www.youtube.com/watch?v=uGa4RPEvutY
Los recuerdos no caducan ¿verdad?
Besos
Encantada de leerte como siempre...
ResponderEliminarLa abuela también perdió la suya.
ResponderEliminarRIP
Besos.
Se nosas avoas tiveran a "oferta" tan grande que hai hoxe para perder cabeciñas...
ResponderEliminarEn todo caso, cando ti sexas avoa, lémbralles ás netas que teñan tino de non perder a cabeza. Hai cousas que hai que dicir. Outra cousa é facelas...
Bicos de neto coa cabeciña perdida