El informativo de
la noche abrió comunicando el fallecimiento por causa accidental de Ignacio
Gorostegui. Su avanzada edad había impedido su recuperación después de caerse
en la escalera de su casa.
- Abuela, ¿has
oído? Se murió Gorostegui. Jo, me da pena. Precisamente estamos haciendo un
trabajo sobre él en el instituto. Sus novelas son geniales.
- ¿Cómo? ¿Falleció
Ignacio?
- Ay, Ignacio
dices. ¡Qué confianzas! Como si lo conocieras.
- En realidad lo
conocía.
- ¿De verdad? ¿A
Ignacio Gorostegui? Abuela, eres una caja de sorpresas. ¿Cómo, cuándo?
Cuéntame.
- Fue hace mucho
tiempo, cuando él empezaba a publicar. Lo entrevisté en una feria del libro y
después mantuvimos correspondencia por un tiempo.
Yolanda esbozó una
suave sonrisa con ese recuerdo y se acomodó en él en silencio. Laura miraba a
su abuela curiosa, queriendo leer su mente, preguntándose qué estaría evocando
para que su rostro reflejara tal satisfacción y serenidad.
- Ya, abuela,
cuéntame. ¿Fuisteis amigos?
- Llegamos a tener
mucha confianza. Fuimos confidentes. Nos contábamos todo lo que se puede
contar.
- Debiste de aprender
mucho de él.
De nuevo se quedó
pensativa; apenas unos segundos antes de responder.
- Sí, claro. De
todo el mundo se aprende si sabes escuchar. Eso es lo primero que tienes que
aprender: a escuchar.
- Ya, abuela, pero
de él mucho más ¿no? A mi me parece un sabio.
- Yo lo recuerdo
como un hombre con una sensibilidad desmedida y muy inseguro.
- ¿Inseguro?
¿Gorostegui? No te puedo creer.
- Laura, querida,
los escritores son personas como tú y como yo, con sus sentimientos, con sus
dolores, con sus miedos… como todos.
- Pero a él siempre
se le veía un hombre fuerte y seguro de sí mismo.
- Hija, quienes se
muestran más fuertes a menudo son los más débiles.
- ¿Y qué pasó? ¿Por
qué dejasteis de escribiros?
- Bueno, luego
empezó a irle bien, sus libros se agotaban en seguida, se hizo un nombre
importante… No sé, la vida siguió su curso, la relación se fue diluyendo.
- ¿Y no te habló
más?
- No me escribió
más cartas, es cierto. Pero de los dos soy quien menos perdió, porque seguí
sabiendo de él a través de sus novelas.
Laura no quiso
preguntar más. Veía cómo las lágrimas asomaban a los ojos de su abuela y pensó
que querría despedirse a solas.
me gusta el silencio y la nostalgia de Yolanda... puedo ver sus lagrimas rodar...
ResponderEliminarun beso amiga
Me suena esta historia...
ResponderEliminarEl éxito de algunos, el abandono de la sencillez. y pese a la celebridad, lo inseguros que pueden llegar a ser.
No es oro todo lo que reluce.
Historias que se repiten hasta la saciedad, por no saber escuchar/escucharse. Y los daños colaterales...
Muy buen relato, Alís.
Besos, linda.
Que pena me ha dado la abuela...
ResponderEliminarAynssssssssssss
Todos somos seres humanos, con nuestras debilidades y nuestras fortalezas, da igual lo que seas o lo que hagas, te sigues equivocando igual.
ResponderEliminarLa adolescencia es tiempo para ídolos, después, se te caen todos los mitos.
A veces, tampoco cabemos en los sueños de otros. En el tiempo de otros, aparecen otros caminos que ya nunca andarán con nosotros, por muchas razones, qué importan.
Y podría seguir haciendo elucubraciones, eso es lo que tienen tus escritos, por muy claro que lo quieras contar, siempre dan mucho que pensar, lo que tú piensas en cada palabra, frase y párrafo, lo dejas ahí.
Escribes muy bien Alis.
Besos
La niña me hizo recordar a cuando era pequeño y mi madre se paraba a hablar con aquel tipo calvo que todos los veranos venía de Madrid, veraneaba en el barrio. Cuando murió José Hierro, me enteré que era él.
ResponderEliminar+ Besos
Laura no podía entender que su abuela haya sido amiga de un famoso escritor y amante de la literatura. Es el error de los jóvenes de hoy con los mayores.
ResponderEliminarLa gloria o el mérito de algunos hombres es escribir bien.
La de otros, es no escribir nada.
abrazos
"...de los dos soy quien menos perdió" ¡Qué cierto! Tiene mucha miga tu historia.
ResponderEliminarBss
Tan bien relatado, Alís, que me ha conmovido esta historia.
ResponderEliminarLos recuerdos pueden ser hermosos y tristes a un tiempo. La abuela lo sabe bien, la niña ha de aprenderlo.
Un abrazote
La cima del éxito nubla la senda que lleva hasta allí.
ResponderEliminarBesos desde la planicie.
Hermoso relato. Las abuelas y abuelos son una fuente de sorpresas y de sabiduría.
ResponderEliminarUn abrazo.
Bello relato. Y es cierto, nuestros ancianos y ancianas, son una caja de sorpresas, solo debemos detenernos un minuto para escucharlos.
ResponderEliminarBeso grande
Las palabras,creo,son las sombras de las cosas.Excelente relato¡¡
ResponderEliminarSaludos.
Observo que andas entrenando o teclado para arrincarnos bágoas. Pois que saibas que o logras con mestría. Non te esquezas de compoñer sorrisoss, que tamén veñen ben.
ResponderEliminarBicoss
Liz Gallegos: A mí también me gusta Yolanda. Me siento muy cercana a ella. Un beso grande.
ResponderEliminarLa Zarzamora: Es siempre lo mismo, la dificultad para comunicarnos, pero de verdad, desde adentro. Si a eso le sumamos la soberbia, ya estamos condenados. Gracias. Beso grande, Eva.
Toro Salvaje: Quizá dé pena, pero creo que ella está satisfecha con haber vivido lo que vivió. Un beso.
Antonio Misas: Es que los humanos somos complejos, nos hacemos más complicados de lo que debiéramos, y cada pensamiento, palabra o acto tiene multitud de interpretaciones. Muchas gracias, Antonio, por tu apoyo siempre. Por cierto, curioso lo que cuentas de José Hierro. Besos.
ResponderEliminarLucrecia Borgia: Cuando somos pequeños tendemos a pensar que los mayores siempre fueron como los conocemos, como si no hubieran tenido vida anterior. Y cuando la descubrimos, nos sorprende. Un abrazo.
De barro y luz: El que más da a menudo es, curiosamente, quien menos pierde. Gracias. Besos.
Virgi: Es que incluso los recuerdos tristes son restos de haber vivido, y eso ya los hace buenos. Gracias. Un abrazo.
ResponderEliminarNómada planetario: Es difícil mantener siempre la cabeza fría. Besos.
Raposo: Los abuelos han vivido tanto que no acabamos de aprender de ellos, si así nos lo proponemos. Un abrazo.
Horacio: Y cuánto nos cuesta detenernos ese minuto! Gracias. Un beso.
ResponderEliminarCascarilleiro: Las sombras y a veces las luces. Gracias. Un abrazo.
Chousa da Alcandra: Non quixera arrincarche bágoas, máis ben ao contrario. Tentarei remedialo. Bicoss.
Entrañable,cómo la amistad
ResponderEliminarse va diluyendo en el tiempo.
¡Qué bien escribes!
Un beso
La amistad requiere dedicación; si no, se apaga. Gracias. Bicos
ResponderEliminaresos amores/admiraciones platónicas, en silencio.
ResponderEliminarbonito relato.
biquiños,
Aldabra: Ese silencio los hace más intensos, al menos en el recuerdo. Gracias. Biquiños
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