
Iba a dejar de publicar por un tiempo. Escribir no, no puedo. Lo hago a diario. Es mi lugar. Pero no iba a publicar por un tiempo. Estaba convencida, porque sentía que lo necesitaba. No me gustó cómo me sentí los últimos días, quizás semanas. La falta de tiempo que vienen con una separación y una doble mudanza (mis hijas viven ahora en dos casas) me impidió estar como hubiera querido. Hablo del blog y de la vida. Las emociones tampoco son muy estables, y la atención, puesta a mil cosas, también se resiente. Cuando empecé a disponer de tiempo quise ponerme al día. No retomar desde donde lo encontraba, sino leer todo lo que me había perdido. (Es un disfrute leeros, a casi todos, jajaja). Y también necesitaba publicar, incluso a diario, e igual se me acumularon textos que cuando releo no me dejan indiferente: no me gustan, o me asustan, o me duelen… El caso es que me volví más torpe. Y más sensible. Y no me gustó cómo me sentí, ni lo que me pasaba a mí, ni algunas respuestas que recibí o que se callaron. Evidentemente, me volví una metepatas. Lo peor es que hubo reacciones que me dolieron. La más tonta de todas fue la que colmó el vaso. ¡Cómo me hirió ese correo en que de repente alguien que apenas (no) me conoce me acusó sin razón de mala onda! No soy una santa ni ganas que tengo, pero soy buena. La gota que colmó el vaso. Decidí dejar de publicar por un tiempo y aprovechar para sólo leeros. Y alejarme un poco. Tomar distancia de “esto” que me tiene atrapada; que me llena y me vacía a la vez, que me revuelca en el fango igual que me baña en almizcle. Que me gusta y por lo mismo me duele…
Obviamente, también ando torpe cumpliendo mis decisiones. Y publico, porque no quiero que me gane el desencanto (intentaré ser más cauta), ni la desilusión (procuraré alimentar mi pasión). Pido perdón a quienes os hayáis sentido mal en alguna ocasión por causa mía. Estad seguros de que no lo pretendía y no me di cuenta, por si sirven como atenuantes. Ando cansada, a ratos de la vida, a ratos de mí. Cansada físicamente, porque llevo tiempo sin dar mucho descanso al cuerpo. Y agotada emocionalmente, de sentirlo todo tan intensamente, y del esfuerzo cada vez más débil para no desbocarme. ¿Y la cabeza? A mil, no podéis ni imaginar la cantidad de pensamientos que se cruzan por segundo. Se chocan algunos, se funden otros y los más avispados logran esquivar la colisión. Así está mi cabeza, con el responsable de la torre de control reventado.
Y pese a este cansancio vital, o por él, despierta una parte de mí, la rebelde, la misma que cuando mi padre me pegaba me hacía pararme frente a él, sacar pecho y decirle lo que pensaba. Aunque llegase otra hostia más (siempre la penúltima). Ahora digo lo que pienso (una parte), saco pecho y me paro. Y publico porque recuerdo qué me hizo abrir este blog y qué me hizo mantenerlo. Porque tengo que ser más fuerte que los juicios que tengáis sobre mí. Porque escribo porque me gusta y recibo con los brazos abiertos a quien quiera dar su opinión sobre lo que escribo: porque me halagan y alientan los piropos, y aprendo mucho de las críticas. Y respeto a quien quiera no hacerlo. Si no te sientes a gusto, no estés. Y si te sientes a gusto, disfrútalo.
Disfrútame.
Publico cumpliendo el compromiso que adquirí conmigo misma cuando regresé hace año y medio, aunque nunca me hubiera ido del todo. Y lo hago contando cómo me siento porque me sale de ahí mismo. Y me quedo, porque nadie me va a echar.
Y tú…
Tú tómate la pastilla.